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Reading: Bendición Robada y Devuelta
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Torá

Bendición Robada y Devuelta

Descubre lo que realmente ocurrió en una de las historias bíblicas más perturbadoras jamás contadas.

Esperanza Viveros
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En este artículo, buscamos demostrar que la bendición del primogénito, la cual Jacob tomó de su hermano Esaú, no le trajo la vida fácil de prosperidad y dominio sobre otros que tanto anhelaba. Sin embargo, la bendición de Abraham, recibida de su padre antes de partir hacia Padán-aram, trajo exactamente lo prometido: la presencia de Dios, muchos hijos y una tierra donde vivir. (Asegúrate de leer la Parte I de este estudio, titulada “Cambiando el futuro liderazgo por un plato de guiso”). Además, argumentamos que Jacob devolvió la bendición del primogénito a Esaú, estableciéndose como un hombre arrepentido, digno de convertirse en el padre del pueblo de Dios, Israel.

Lo que siembras, cosechas

Al llegar a Padán-aram, Jacob llegó al campamento de Labán después de conocer a su futuro amor, Raquel, en un pozo y ayudarla ahí. Al principio, Jacob recibió una cálida bienvenida en casa de Labán (Génesis 29:13–14), pero pronto descubriría que las cosas no eran como parecían.

Jacob se enamoró profundamente de Raquel y trabajó siete largos años para casarse con ella, como Labán le pidió. Sin embargo, Labán engañó a Jacob, dándole a Lea en lugar de Raquel en la noche de bodas. Una vez consumado el matrimonio mediante la unión sexual, la verdad salió a la luz la mañana siguiente. Jacob probó de su propia medicina. Él también fue brutalmente engañado.

Una semana después, Jacob se casó con Raquel, pero a un precio muy alto: tuvo que trabajar otros siete años para satisfacer las demandas de su malvado tío (Génesis 29:15–30) antes de siquiera considerar dejar el campamento de Labán y establecer su propio hogar independiente en otro lugar.

Al igual que la abuela de Jacob, Sara, y su madre Rebeca, Raquel tuvo dificultades para concebir. En cambio, Dios favoreció a Lea, a pesar del desprecio de Jacob, otorgándole numerosos hijos. Naturalmente, esto desató años de rivalidad y competencia entre Lea y Raquel por el amor y la atención de Jacob (Génesis 29:31–35). La vida de Jacob estaba lejos de ser feliz y armoniosa. No cabe duda de que Jacob tuvo que consolar a Raquel, a quien amaba profundamente y que estaba devastada por su infertilidad. Esto causó una tensión significativa en una relación que había sido amorosa. Leemos:

“Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. Y Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?” (Génesis 30:1–2)

Solo después de que Lea dio a luz a su séptimo hijo, Dina, Raquel finalmente concibió y dio a luz a José, un hijo cuyo destino trágico causaría más adelante a Jacob y a su amada Raquel un dolor y sufrimiento inimaginables.

A pesar de las dificultades que Jacob enfrentó en Padán-aram, sería un error asumir que la bendición robada no tuvo efecto. El poder de esa bendición transformó los escasos recursos de Jacob en una gran riqueza y un ingreso pasivo constante (Génesis 30:25–43). Leemos:

“Y se enriqueció mucho el varón, y tuvo muchas ovejas, y siervas y siervos, y camellos y asnos.” (Génesis 30:43)

Aunque la bendición no era de Jacob, poseía un poder que ninguna falla humana podía impedir.

El tiempo se acabó

En cierto momento, se volvió evidente que era tiempo de que Jacob y su familia se fueran y no regresaran. Su deseo de marcharse fue confirmado por un mandato divino (Génesis 31:1–3). La bendición de Abraham, que Isaac había transmitido a Jacob, estaba obrando poderosamente. Dios le habló a Jacob:

“Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra, y donde me hiciste un voto. Levántate ahora, y sal de esta tierra, y vuélvete a la tierra de tu nacimiento.” (Génesis 31:13)

Labán no estaba dispuesto a dejar ir a Jacob, lo que lo obligó a huir, tal como antes había huido de Esaú. Ahora tenía que correr en la dirección opuesta. Es importante entender que los lectores originales e intencionados del libro de Génesis eran los antiguos israelitas que acababan de escapar de la esclavitud en Egipto. La servidumbre de Jacob con Labán resonaba con ellos porque ellos también sabían lo difícil que era escapar de su amo.

Cuando Jacob confrontó a Labán, narró valientemente el sufrimiento que había soportado:

“He estado contigo veinte años… De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos. Así he estado veinte años en tu casa; catorce años te serví por tus dos hijas, y seis años por tu ganado, y has cambiado mi salario diez veces. Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham, y temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías; pero Dios vio mi aflicción y el trabajo de mis manos, y te reprendió anoche.” (Génesis 31:38–42)

Las pruebas de Jacob no terminaron con esta confrontación (algunas aún vendrían después de reconciliarse con Esaú). Siquem, hijo de Hamor, el príncipe de la región, agredió sexualmente a Dina, la hija de Jacob, causándole más trauma. La situación se salió de control, y los hijos de Jacob, mediante engaño, realizaron una masacre en el campamento heveo (Génesis 34:1–31). Una vez más, el engaño juega un papel central. Esta vez no es Jacob, sino algunos de sus hijos quienes actúan como él lo había hecho. Después de que Siquem, príncipe heveo, deshonró a Dina, hija de Jacob, quiso casarse con ella. Simeón y Leví, hermanos de Dina, engañaron a Siquem y a su padre Hamor, aceptando el matrimonio con la condición de que todos los varones heveos se circuncidaran. Mientras se recuperaban, Simeón y Leví atacaron, matando a todos los hombres, incluidos Siquem y Hamor, y saquearon la ciudad. Su plan engañoso vengó la violación de Dina, pero provocó una violencia atroz contra muchos inocentes.

En resumen, es evidente que Jacob vivió una vida muy dura, tanto antes como después de reunirse con Esaú. Cuando Jacob conoce al faraón, después de reencontrarse con José, le dice:

“…pocos y malos han sido los días de los años de mi vida…” (Génesis 47:9, וּמְעַט וְרָעִים הָיוּ יְמֵי שְׁנֵי חַיַּי, pronunciado: u-m’at v’ra’im hayu y’mei sh’nei chayyai)

Devolviendo la bendición robada

Jacob envió un mensaje a su hermano Esaú, instruyendo a sus siervos que buscaran una audiencia con él y dijeran:

“Así diréis a mi señor Esaú: Así dice tu siervo Jacob: Con Labán he morado, y me he detenido hasta ahora… y envío a decirlo a mi señor, para hallar gracia en tus ojos.” (Génesis 32:4–5)

Jacob se refirió humildemente a sí mismo como esclavo (עֶבֶד, pronunciado: eved) de Esaú. La palabra moderna “siervo” es correcta, pero oscurece un poco el significado original. Jacob reconoce la autoridad y el dominio de su hermano sobre él. Sin embargo, cuando los mensajeros regresaron, trajeron noticias inquietantes:

“Y los mensajeros volvieron a Jacob, diciendo: Vinimos a tu hermano Esaú, y él también viene a recibirte, y cuatrocientos hombres con él.” (Génesis 32:6)

El miedo se apoderó de Jacob, convencido de que Esaú venía a matarlo en venganza por su traición de veinte años atrás. Dividió a su gente y posesiones en dos grupos, con la esperanza de que al menos uno sobreviviera (Génesis 32:7–8). Luego Jacob clamó al Dios de su abuelo Abraham y de su padre Isaac, pidiéndole con valentía que cumpliera su promesa de hacer su descendencia tan numerosa como la arena del mar (Génesis 32:9–12). En un acto de arrepentimiento, Jacob buscó devolver la bendición robada seleccionando generosos regalos de ganado para Esaú:

“Y tomó de lo que le vino a la mano, un presente para su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte machos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte asnas y diez borricos.” (Génesis 32:13–15)

Las proporciones del ganado fueron cuidadosamente elegidas para asegurar que los rebaños de Esaú prosperaran exponencialmente, devolviéndole así física y simbólicamente la bendición robada del primogénito.

Aunque Jacob temía por su vida y la de sus seres queridos, su confianza en la promesa de Dios finalmente prevaleció. Pero no fue sino hasta que Jacob luchó con una figura misteriosa, quien lo bendijo y cambió su nombre a Israel (Génesis 32:22–31, יִשְׂרָאֵל, pronunciado: Yisra’el). Este encuentro fue una rara intervención divina para asegurar que Jacob, el padre del pueblo de Dios, Israel, no se echara atrás en su decisión de encontrarse con Esaú. De haberlo hecho, habría seguido siendo un suplantador, un ladrón. El mensajero especial de Dios le declaró a Jacob/Israel que, habiendo luchado con Dios, ahora vencería a los hombres. A pesar del miedo, Jacob perseveró y continuó su camino hacia la tierra prometida, donde pronto enfrentaría al hermano al que tanto temía.

La reconciliación

El acercamiento de Jacob reflejaba sus prioridades:

“Y alzó Jacob sus ojos, y miró, y he aquí venía Esaú, y con él cuatrocientos hombres. Entonces repartió los niños entre Lea y Raquel, y las dos siervas. Y puso las siervas y sus niños delante, luego a Lea y sus niños, y a Raquel y a José los últimos. Y él pasó delante de ellos, y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano.” (Génesis 33:1–3)

En lugar de esconderse, Jacob se adelantó, inclinándose siete veces para reconocer plenamente el derecho de Esaú a la bendición del primogénito que él había robado. Lo que siguió dejó a Jacob sin palabras: Esaú corrió a su encuentro, lo abrazó, echó sus brazos sobre su cuello y lo besó. Luego lloraron juntos (Génesis 33:4). La traducción oscurece algunos matices adicionales del hebreo.

Esaú dijo: “Suficiente tengo yo, hermano mío; sea para ti lo que es tuyo.” (Génesis 33:9)

Esaú parece haber usado deliberadamente la palabra hebrea “רָב” (rav), que significa “mucho” o “abundancia”, invocando la palabra del Señor pronunciada a su madre Rebeca muchos años atrás: “Y el mayor servirá al menor” (וְרַב יַעֲבֹד צָעִיר, pronunciado: v’rav ya’avod tza’ir) (Génesis 25:23). (Consulta la primera parte de este estudio para una explicación detallada).

Tal vez lo más significativo es que Jacob usó dos términos hebreos distintos para describir sus regalos a Esaú:

“Si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que aceptes mi presente (מִנְחָתִי, pronunciado: minjatí)…” (Génesis 33:10)

La raíz de מִנְחָה (minjá) está relacionada con un regalo, ofrenda o tributo ofrecido a alguien, muchas veces en un contexto religioso o ceremonial.

“Te ruego que aceptes mi bendición (בִּרְכָתִי, pronunciado: birjatí) que te he traído…” (Génesis 33:11)

Jacob primero pide a Esaú que acepte su regalo (minjatí), pero luego cambia a “mi bendición” (birjatí), reconociendo explícitamente la bendición robada que ahora está devolviendo. Desafortunadamente, muchas traducciones (NVI, NTV, NBLA, NASB, RSV, CEB) no captan esta distinción, usando palabras como “presente” o “regalo” en su lugar (Génesis 33:11). Otras, como YLT, RVR, ESV y KJV, sí utilizan correctamente la palabra “bendición”. Al hacerlo, el primer grupo de traducciones no reconoce que Jacob está devolviendo la bendición del primogénito que antes había tomado.

Conclusión

La historia de Jacob revela una verdad atemporal: la gracia de Dios transforma incluso nuestros errores más graves en caminos de redención. La bendición que robó a Esaú, impulsado por la ambición juvenil y el consejo equivocado de su madre, no le trajo la prosperidad ni el dominio que buscaba. En cambio, le trajo pruebas que pusieron a prueba su espíritu y transformaron su corazón. A través de esas luchas, Jacob aprendió que las verdaderas bendiciones no fluyen de planes humanos, sino de las promesas inquebrantables de Dios. La bendición de Abraham—la presencia de Dios, una multitud de descendientes y una tierra prometida—se convirtió en el ancla de Jacob, guiándolo a través del engaño, la dificultad y la pérdida. En su valiente acto de devolver la primogenitura a Esaú, marcado por un arrepentimiento genuino, Jacob dejó atrás el peso de su pasado y entró en su llamado divino como Israel, el padre del pueblo de Dios. La historia de Jacob nos inspira a soltar nuestras ambiciones egoístas y abrazar las promesas fieles de Dios. Nos llama a caminar con humildad, confiando en un Dios que redime nuestros fracasos, sana nuestras heridas y nos conduce hacia un futuro lleno de esperanza, propósito y vida abundante.

 

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
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