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Reading: Una exploración de la profundidad y devoción de la oración judía
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Oración

Una exploración de la profundidad y devoción de la oración judía

Esperanza Viveros
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Para los creyentes cristianos que buscan enriquecer su vida espiritual, la oración judía conocida como la Amidá ofrece una oportunidad profunda de conectarse con Dios de una manera que está tanto profundamente arraigada en la tradición bíblica como en resonancia con la intimidad de una relación de pacto. La Amidá, que significa “la de pie”, es el centro de la liturgia judía, una oración que encarna la humilde pero privilegiada audiencia del adorador con el Rey celestial. Su estructura, teología y práctica proporcionan un marco para que los cristianos profundicen en su vida de oración, aprovechando la rica herencia del culto judío que sustenta la fe de Jesús y de la iglesia primitiva. Esta exploración guiará a los creyentes cristianos a través del significado de la Amidá, su bendición inicial y su relevancia para su fe, animando a una práctica que honre tanto las raíces judías como el cumplimiento mesiánico.

El corazón de la oración judía

La oración judía es el pulso rítmico del judaísmo, una disciplina que moldea la relación del adorador con Dios mediante la comunión diaria e intencional. Entre las muchas oraciones en la liturgia judía, la Amidá ocupa el lugar supremo. Su nombre, derivado de la palabra hebrea para “estar de pie”, refleja la postura del adorador que entra en la presencia del Rey celestial “sentado”. Esta imaginería evoca asombro: Dios, el soberano del universo, concede audiencia al creyente humilde. Para los cristianos, esto resuena con la invitación del Nuevo Testamento a “acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16), un privilegio hecho posible por medio de Cristo pero profundamente arraigado en el acceso pactal celebrado en la Amidá.

La Amidá se ora tres veces al día—por la mañana (Shajarit), por la tarde (Minjá) y por la noche (Maariv)—significando el acceso constante del adorador a Dios. Sus 19 bendiciones (o 18 en algunas tradiciones) abarcan alabanza, peticiones y acción de gracias, entretejiendo necesidades personales y comunitarias con afirmaciones teológicas. Para los cristianos, participar en la Amidá ofrece una manera estructurada pero sincera de orar, alineada con la propia práctica de Jesús como judío, quien probablemente oraba esta oración o sus formas tempranas. Al explorar la Amidá, los cristianos pueden recuperar un sentido de arraigo en la fe de Israel mientras aprecian cómo Cristo cumple sus promesas.

Preparaciones finales: acercándose a la presencia divina

Antes de entrar en la Amidá, el adorador pronuncia un versículo preparatorio del Salmo 51:15:

                                                                                              אֲדֹנָי שְׂפָתַי תִּפְתָּח וּפִי יַגִּיד תְּהִלָּתֶךָ

                                                                   (Adonai sefatai tiftaj ufi yaguid tehilateja)

                                       “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza.”

Esta petición simple pero profunda reconoce la insuficiencia humana ante la majestad de Dios. El adorador entiende que aun el acto de alabar a Dios requiere de la habilitación divina. Para los cristianos, esto refleja la humildad de acercarse a Dios por medio de Cristo, quien abre el camino al Padre (Juan 14:6). También invita a una postura de dependencia, recordando a los creyentes que la oración auténtica fluye de la gracia de Dios. De manera práctica, los cristianos pueden adoptar este versículo como preludio a sus propias oraciones, fomentando un espíritu de entrega y disposición para encontrarse con Dios.

El inicio de la Amidá

La Amidá comienza con la primera bendición, conocida como Avot (Padres), que establece la relación pactal del adorador con Dios. Se abre así:

בָּרוּךְ אַתָּה יְהוָה אֱלֹהֵינוּ וֵאלֹהֵי אֲבוֹתֵינוּ, אֱלֹהֵי אַבְרָהָם, אֱלֹהֵי יִצְחָק, וֵאלֹהֵי יַעֲקֹב  

(Baruj ata Adonai Eloheinu v’Elohei avoteinu, Elohei Avraham, Elohei Yitzjak, v’Elohei Yaakov)

              “Bendito eres tú, oh Jehová, Dios nuestro y de nuestros padres, Dios de   Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob.”

A diferencia de la fórmula estándar de bendición judía (“Bendito eres tú, oh Jehová nuestro Dios, Rey del universo”), esta apertura enfatiza a Dios como el Dios de los patriarcas. Esta elección deliberada subraya la conexión familiar del adorador con Abraham, Isaac y Jacob, reclamando el privilegio pactal de estar de pie ante Dios. Para los cristianos, esto es un recordatorio poderoso de su inclusión en el pacto por medio de Cristo, “la simiente de Abraham” (Gálatas 3:29). Al orar esta bendición, los cristianos afirman su herencia espiritual, injertados en las promesas hechas a Israel (Romanos 11:17–18).

La bendición continúa:

                                                                                       הָאֵל הַגָּדוֹל הַגִּבּוֹר וְהַנּוֹרָא, אֵל עֶלְיוֹן

                                                               (Ha’El hagadol, hagibor, v’hanorá, El Elyon)

                                                  “El Dios grande, fuerte y temible, el Dios Altísimo.”

Esta descripción no es mera poesía sino un pilar teológico. El artículo definido hebreo (ha) en ha’El hagadol (“el Dios grande”) distingue al Dios de Israel de otros seres espirituales en la cosmología antigua, afirmando su supremacía como El Elyon (“Dios Altísimo”). Los términos hagibor (“el fuerte” o “Dios guerrero”) y hanorá (“el temible” o “Dios que infunde temor”) pintan un retrato de un Dios que es a la vez poderoso e imponente. Para los cristianos, esto resuena con las descripciones de Dios como el Rey victorioso en Apocalipsis 19:11–16 y como Aquel que inspira santo temor (Hebreos 12:28–29). Orar estas palabras invita a los creyentes a adorar a un Dios que es tanto trascendente como íntimamente involucrado en sus vidas.

La bendición además describe a Dios como:

                                                                                                גּוֹמֵל חֲסָדִים טוֹבִים וְקוֹנֵה הַכֹּל

                                                                           (Gomel jasadim tovim v’koneh hakol)

                                    “Que hace misericordia a millares, y posee todas las cosas.”

Aquí, Dios es revelado como la fuente de jesed (fidelidad de pacto), un Padre que provee con amor a su pueblo. La frase koneh hakol (“poseedor de todo”) afirma su soberanía sobre la creación. Este equilibrio de Dios como Rey y Padre—Avinu Malkeinu (“Nuestro Padre, nuestro Rey”)—es central en la teología judía y profundamente compatible con la fe cristiana. Jesús enseñó a sus discípulos a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9), reflejando esta relación dual. Los cristianos pueden incorporar este lenguaje en sus oraciones, afirmando tanto la autoridad como el afecto de Dios.

La bendición concluye:

וְזוֹכֵר חַסְדֵי אָבוֹת וּמֵבִיא גוֹאֵל לִבְנֵי בְנֵיהֶם לְמַעַן שְׁמוֹ בְּאַהֲבָה. מֶלֶךְ עוֹזֵר וּמוֹשִׁיעַ וּמָגֵן. בָּרוּךְ אַתָּה יְהוָה, מָגֵן אַבְרָהָם

             (V’zojer jasdei avot u’mevi go’el livnei v’neihem l’ma’an shmo b’ahavá. Melej, ozer, u’moshia, u’maguén. Baruj ata Adonai, maguén   Avraham)

                                   “Que se acuerda de la misericordia de los padres, y que trae           redentor a los hijos de sus hijos, por amor de su nombre. Rey, socorro, salvador y escudo. Bendito eres tú, oh Jehová, escudo de Abraham.”

Esta sección introduce el concepto de los “méritos de los padres”, la idea de que el pacto de Dios con Israel está fundamentado en la fidelidad de Abraham, Isaac y Jacob. Sus actos de obediencia, como la disposición de Abraham a sacrificar a Isaac (la Akedá, Génesis 22), son vistos como méritos que benefician a generaciones futuras. Para los cristianos, este concepto encuentra su cumplimiento supremo en Cristo, cuya obediencia perfecta en la cruz asegura la redención para todos (Romanos 5:19). La referencia de la Amidá a un “redentor” (go’el) puede entenderse como señalando a Jesús, el Mesías que redime a la humanidad. Al orar esta bendición, los cristianos pueden celebrar tanto el pacto histórico como su culminación mesiánica.

El estribillo final—Melej, ozer, u’moshia, u’maguén (“Rey, socorro, salvador y escudo”)—resume la relación de Dios con su pueblo. Como Melej (Rey), Dios es soberano, digno de obediencia. Como Ozer (Socorro), interviene con compromiso firme, como se ve en el rescate de Lot por Abraham (Génesis 14). Como Moshia (Salvador), libra a su pueblo del peligro, como lo hizo con los patriarcas. Como Maguén (Escudo), protege, tal como prometió a Abraham: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 15:1). El título “Escudo de Abraham” encapsula la protección pactal de Dios, una promesa extendida a todos los que confían en Él por medio de Cristo.

Aplicación práctica para los cristianos

Para los creyentes cristianos, integrar la Amidá en su vida de oración puede ser transformador. Aquí hay pasos prácticos para comenzar:

  • Adopta el versículo preparatorio: Inicia tu tiempo de oración con: “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza.” Esto establece un tono de humildad y dependencia de la gracia de Dios.
  • Ora la primera bendición: Memoriza o lee la bendición de Avot, enfocándote en Dios como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Reflexiona en cómo Cristo te conecta a este pacto. Podrías orar: “Bendito eres tú, Jehová nuestro Dios, Dios de nuestros padres, que recuerdas tus promesas y enviaste a tu Hijo como nuestro Redentor.”
  • Abraza la relación de pacto: Usa el lenguaje de la Amidá para afirmar a Dios como Padre y Rey. Por ejemplo: “Padre celestial, tú eres mi Rey que me socorre, salva y protege. Gracias por tu amor fiel.”
  • Reflexiona en los méritos de Cristo: Al orar sobre que Dios recuerda “las misericordias de los padres”, considera cómo la obediencia perfecta de Cristo cumple esta idea. Agradece a Dios por la obra redentora de Jesús, que asegura tu lugar en el pacto.
  • Ora con intención: La Amidá se ora de pie, mirando hacia Jerusalén, con enfoque y reverencia. Adopta una postura similar en tus oraciones, quizás de pie o de rodillas, para encarnar la seriedad de entrar en la presencia de Dios.
  • Incorpora el ritmo judío: Considera orar tres veces al día, aunque brevemente, para reflejar la práctica judía. Esto podría incluir una oración matutina de alabanza, una petición al mediodía y una acción de gracias por la noche.

Conexiones teológicas

La Amidá une la teología judía y cristiana de maneras profundas. Su énfasis en el pacto resuena con la descripción del Nuevo Testamento de los creyentes como herederos de la promesa de Abraham (Gálatas 3:14). La dirección personal a Dios como “tú” refleja la intimidad que Jesús modeló en sus oraciones (Juan 17). El concepto de los méritos de los padres prefigura la obra expiatoria de Cristo, mostrando continuidad entre los Testamentos. Además, el equilibrio de la Amidá entre asombro e intimidad desafía a los cristianos a acercarse a Dios con reverencia y confianza, como se ve en la oración del Señor.

Conclusión

La Amidá es más que una oración; es un viaje espiritual a la presencia de Dios, arraigado en el pacto con Israel y cumplido en Cristo. Para los cristianos, participar en la Amidá ofrece la oportunidad de profundizar su vida de oración, reconectarse con sus raíces judías y celebrar al Mesías que lleva el pacto a su clímax. Al orar la primera bendición de la Amidá, los creyentes pueden afirmar la grandeza, fidelidad y protección de Dios, poniéndose de pie con confianza como hijos de Abraham por la fe en Jesús. Al explorar esta práctica, que tus oraciones se conviertan en un diálogo vibrante con el Dios que es tanto Rey como Padre, Socorro y Escudo, siempre digno de alabanza.

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
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