La historia comienza con Sarai, la esposa de Abram, quien enfrentó la profunda tristeza de la infertilidad en una cultura donde tener hijos era una medida central del valor de una mujer (Génesis 16:1). La palabra hebrea para la esterilidad de Sarai, ‘aqarah (עֲקָרָה), transmite no sólo esterilidad física sino un vacío existencial profundo, un hueco que hacía eco de su papel no cumplido en la promesa de Dios a Abram. Después de años de esperar el cumplimiento de la promesa de Dios de hacer a Abram padre de una nación poderosa, Sarai, en su desesperación, propuso una solución culturalmente aceptable pero emocionalmente complicada: ofreció a su sierva egipcia, Agar, a Abram como sustituta (Génesis 16:2). La frase hebrea l’ishah (לְאִשָּׁה), traducida a menudo como “por mujer,” sugiere que el papel de Agar era más que el de una simple concubina; llevaba un peso legal en el antiguo Cercano Oriente, atando a Agar al hogar de Sarai y al mismo tiempo complicando su estatus.
Agar concibió después de su unión sexual con Abram (Génesis 16:3-4). El texto hebreo señala que el embarazo de Agar hizo que ella “mirara con desprecio” a Sarai. Esta frase sugiere un cambio sutil en la actitud de Agar, quizá un nuevo sentido de valor o desafío, ya que su vientre llevaba al heredero que Sarai no pudo dar. Esto despertó el resentimiento de Sarai, descrito en hebreo como ‘enah (עֵינָה), un término ligado a aflicción u opresión, revelando la profundidad del orgullo herido de Sarai. El trato severo de Sarai hacia la egipcia Agar hace eco de la posterior opresión de Israel en Egipto, insinuando un patrón cíclico de sufrimiento humano (Génesis 16:6). Sintiendo humillación e impotencia, Agar huyó al desierto, buscando escapar de la crueldad de su señora.
Primer Encuentro Divino
La huida de Agar al desierto marca un momento decisivo, pues introduce el primero de varios actos de intervención divina. Junto a una fuente en el camino a Shur, Agar se encontró con el ángel de Jehová (Génesis 16:7). El término hebreo mal’akh puede significar “mensajero” o “ángel,” pero su uso aquí, junto con el hecho de que Agar más tarde nombre a Dios, sugiere un encuentro divino directo, único para una esclava extranjera. El ángel se dirigió a Agar con compasión, preguntando: “Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes tú, y a dónde vas?” (Génesis 16:8). La expresión hebrea es tierna pero penetrante, reconociendo la identidad de Agar mientras la invita a articular su historia—un raro momento de voz para una mujer marginada.
El ángel instruyó a Agar a volver a Sarai y someterse a su autoridad, usando el verbo hebreo hit‘anni (הִתְעַנִּי, “humíllate”), que hace eco de la aflicción previa de Sarai pero la replantea como un acto de resistencia con propósito (Génesis 16:9). La promesa del ángel de que la descendencia de Agar se multiplicaría más allá de todo cómputo (lo’ yisaper mi-rov, לֹא יִסָּפֵר מֵרֹב, “demasiado numerosa para contarse”) refleja el lenguaje de pacto dado a Abram, elevando el papel de Agar en el plan de Dios (Génesis 16:10). Su hijo sería llamado Ismael (Yishma‘el, יִשְׁמָעֵאל), que significa “Dios oye,” derivado de la raíz hebrea shama‘ (שָׁמַע), subrayando la atención de Dios a sus clamores.
Con el tiempo, Ismael se convertiría en el padre de los parientes más cercanos de Israel—los árabes. Es común que judíos y cristianos piensen que él llegó a ser el padre de todos los musulmanes, pero no es así. Sólo los pueblos árabes (una minoría entre los musulmanes) trazan su linaje hasta él. Por cierto, el nombre Ismael ha sido usado en comunidades judías, particularmente entre los judíos orientales en el norte de África, el Medio Oriente y el Mediterráneo. Registros históricos como inscripciones de sinagogas y lápidas muestran su uso. Su prevalencia fue mayor en comunidades sefardíes debido al traslape cultural con regiones de habla árabe, donde Ismail es común. Por ejemplo, considérese a Rabí Ishmael ben Elisha, que vivió entre los años 90 y 135 d.C.
La respuesta de Agar a las palabras del ángel es profunda. Ella nombró a Jehová que le habló El Roi (אֵל רֹאִי), que significa “el Dios que me ve,” un nombre único en la Escritura (Génesis 16:13). El verbo hebreo ra’ah (רָאָה, “ver”) conlleva un sentido de percepción íntima, sugiriendo que Dios no sólo observó la aflicción de Agar, sino que realmente la entendió. Este momento subraya un tema central: la atención de Dios hacia los marginados, tejido en el énfasis hebreo en ver y oír.
El Nacimiento de Ismael e Isaac
Agar regresó a la casa de Abram y dio a luz a Ismael cuando Abram tenía 86 años (Génesis 16:15-16). Sarai, que ahora se llama Sara, concibió milagrosamente y dio a luz a Isaac en su vejez, un nombre ligado a la raíz hebrea tzachaq (צָחַק, “reír”) (Génesis 21:1-5; 25:9). El nacimiento de Isaac cumplió el pacto de Dios, estableciéndolo como el heredero por medio del cual se realizarían las promesas divinas.
Sin embargo, el nacimiento de Isaac reavivó tensiones. Cuando Sara vio a Ismael metzacheq (מְצַחֵק, “riendo” o “burlándose”) con Isaac, el verbo hebreo sugiere un acto juguetón pero posiblemente provocador (algunos han sugerido abuso, aunque es improbable, ya que los hermanos son vistos al final de la historia llorando juntos por su padre) (Génesis 21:9). La exigencia de Sara de expulsar a Agar e Ismael usa el verbo duro garash (גָּרַשׁ, “expulsar”), reflejando su resolución de asegurar la primacía de Isaac (Génesis 21:10). Abraham se entristeció profundamente por la petición de Sara. El texto hebreo subraya la aflicción de Abraham con ra‘a be‘eynav (רָעָה בְּעֵינָיו, “fue algo malo a sus ojos”), destacando su gran amor por Ismael, su primogénito (ben, בֵּן), un término cargado de peso emocional (Génesis 21:11). Dios tranquilizó a Abraham, prometiendo que cuidaría de Ismael y que también llegaría a ser un goy gadol (גּוֹי גָּדוֹל, “gran nación”), sorprendentemente haciendo eco del lenguaje de pacto para la posteridad de Isaac (Génesis 21:12-13).
En la tradición islámica, el Corán reconfigura esta historia, colocando equivocadamente a Abraham e Ismael en La Meca, en la actual Arabia Saudita, construyendo la Ka‘ba (la casa de Dios). Aunque esto contrasta con la bíblica Beerseba (el Corán es conocido por su abundancia de inexactitudes al reutilizar y rehacer historias bíblicas), invita a reflexionar sobre el lazo perdurable de Abraham con Ismael. Génesis 25:9, que describe a Ismael e Isaac enterrando juntos a Abraham a su muerte, corrobora parcialmente la idea de una relación continua entre Abraham e Ismael. Génesis 25 implica que existía cierto nivel de relación, si no cercano, ya que Ismael estaba enterado e involucrado en el entierro de su padre en Hebrón. Después de todo, no estaba tan lejos (es decir, en Beerseba, no en La Meca).
Segundo Encuentro Divino
La confianza de Abraham en Jehová fue probada siete veces en el libro de Génesis. Esta sexta prueba, que requería que Abraham exiliara a Ismael, anticipa la séptima en Génesis 22, donde Dios le ordena sacrificar a Isaac. En última instancia, Abraham tuvo que sacrificar a ambos hijos para convertirse en el padre espiritual de todos los creyentes. Abraham envió a Agar e Ismael con provisiones mínimas—confiando en la futura provisión de Dios para ellos (Génesis 21:14). En el desierto de Beerseba, al agotarse el agua, la desesperación de Agar se hace vívida al levantar su voz en un llanto de dolor crudo (Génesis 21:16).
La respuesta de Dios vino por medio del ángel de Jehová, llamando desde el cielo y afirmando que Dios shama‘ (שָׁמַע, “oyó”) los clamores de Ismael (Génesis 21:17). Ismael creció hasta ser un cazador hábil y exitoso en el desierto de Parán, y Agar le consiguió esposa egipcia (Génesis 21:20-21).
Conclusión
En la conmovedora historia de Agar, Abraham y Sara, el texto hebreo revela a un Dios que transforma la fragilidad humana en promesa divina. Agar, una esclava marginada, halló esperanza en el desierto, vista y oída por el Dios de Abraham. La historia teje un tapiz de atención divina, afirmando que nadie es invisible para Dios. La obediencia angustiada de Abraham y la frágil humanidad de Sara revelan que, aun en nuestras luchas más hondas, el pacto y propósito de Dios permanecen, llevando a cabo su plan redentor. La historia nos recuerda que con nuestro Dios ningún dolor pasa inadvertido, y ningún clamor queda sin respuesta. Como Agar, estamos llamados a levantarnos y ayudar a otros a levantarse del desespero—a confiar en Dios, quien abre nuestros ojos a pozos que quizá ahora no vemos. El Dios de Agar y de Abraham nos ve, nos oye y teje nuestras historias fracturadas en su eterno tapiz de esperanza, donde toda vida halla propósito y toda lágrima, redención.