By using this site, you agree to the Privacy Policy and Terms of Use.
Accept
Logo Logo
  • ES
    • EN
    • ID
    • RU
    • HI
    • PT
    • FR
    • PL
  • ES
    • EN
    • ID
    • RU
    • HI
    • PT
    • FR
    • PL
  • Inicio
  • Acerca del Dr. Eli
  • Leer e interactuarLeer e interactuarLeer e interactuar
    • Torá
    • Hebreo
    • Evangelios
    • Apóstol Pablo
    • María
    • Oración
    • Temas en tendencia
    • En proceso
  • Libros
    • Libros
    • Free Materials
  • Escuelas
    • Israel Institute of Biblical Studies (IIBS)
    • Israel Bible Center (IBC)
Reading: ¿Todavía hay judíos en Cristo?
Share
Logo Logo
  • ES
    • RU
    • PT
    • PL
    • ID
    • HI
    • FR
    • EN
  • Inicio
  • Acerca del Dr. Eli
  • Leer e interactuarLeer e interactuarLeer e interactuar
    • Torá
    • Hebreo
    • Evangelios
    • Apóstol Pablo
    • María
    • Oración
    • Temas en tendencia
    • En proceso
  • Libros
    • Libros
    • Free Materials
  • Escuelas
    • Israel Institute of Biblical Studies (IIBS)
    • Israel Bible Center (IBC)
Follow US
Dr. Eli © All rights reserved
Apóstol Pablo

¿Todavía hay judíos en Cristo?

¿Sabías que en el Antiguo Testamento hubo dos patrones de conversión, no uno?

Esperanza Viveros
Share
SHARE

Al principio, esto puede sonar como una pregunta realmente tonta, pero no puedo decirte cuántas personas, a lo largo de los años, han citado este texto en particular del Apóstol Pablo. Este texto se relaciona con los creyentes en Galacia, quienes pensaban que, ya que ahora seguían al Cristo judío, era lógico que no debían simplemente ser parte de la coalición judía (como extranjeros residentes con Israel), sino que también debían adoptar todas las costumbres ancestrales de los judíos mediante la conversión proselita. Esto era lo que significaba la conversión al “judaísmo” en ese tiempo. Por eso el amado Apóstol les escribió en esta carta tan matizada y comúnmente malentendida que: “Ya no hay judío ni griego… en Cristo Jesús” (Gál. 3:28).

Regresaremos a este texto tan importante y, por supuesto, lo leeremos completo conforme avancemos, pero primero quiero proveer un poco de información contextual para sentar la base de nuestra discusión posterior.

Dos tipos (judíos) de conversión

Las conversiones están bien atestiguadas en tiempos antiguos. Sin embargo, las conversiones, tal como se practicaban entonces, tienen poco en común con las conversiones como las entendemos hoy. A diferencia de los tiempos antiguos, la “religión” hoy se ve como una categoría en sí misma – de modo que alguien puede ser irlandés y judío, estadounidense y judío, ruso y judío, y así sucesivamente. Los pueblos antiguos, sin embargo, no hablaban de conversión en términos de simplemente aceptar otra religión mientras permanecían culturalmente sin cambios.

Para ellos, la conversión al judaísmo (proselitismo o conversión plena) significaba unirse al pueblo de Israel y adoptar todas sus costumbres ancestrales, las cuales permeaban cada área de la vida. En otras palabras, la conversión al judaísmo era un “paquete completo”. Si uno se convertía, se esperaba que cortara lazos con su cultura anterior en todo sentido – no solamente aceptar a una nueva divinidad, sino a todo el paquete (Dios y pueblo). También había quienes pensaban que era mejor adoptar algunas, pero no todas, de las costumbres ancestrales de Israel, lo cual naturalmente resultaba en cierta modificación de conducta, pero suficiente para que los judíos no tuvieran dificultad en estar cerca de ellos. Sin embargo, a pesar de su amor y admiración por los judíos, éstos, por una u otra razón, optaban por quedarse “como estaban” (sin convertirse plenamente en “judíos”).

Los creyentes gentiles gálatas del Cristo judío (los destinatarios de la carta de Pablo) estaban considerando seriamente una conversión plena al judaísmo. No veían nada malo en esto debido a la ya ampliamente celebrada y famosa frase de Rut la moabita: “Tu Dios será mi Dios, tu pueblo será mi pueblo”. No obstante, este era solo un paradigma de la legítima dedicación gentil al Dios de Israel. Había otro – al cual yo llamo el paradigma de “Naamán”, para distinguirlo del paradigma de “Rut”.

Quizá recuerdes la historia de la sanidad de Naamán (2 Reyes 5), cuando una sierva israelita secuestrada le dijo a la esposa de Naamán que la lepra de su marido podía ser sanada por un profeta que vivía en Israel. Con el permiso de su rey arameo, Naamán fue a Samaria con la esperanza de recibir la bendición de sanidad. No tengo aquí el espacio para exponer esta historia asombrosa, pero basta con decir que cuando Naamán recibió su sanidad, lavándose siete veces en un río israelita (en tiempos antiguos, los ríos eran considerados por la gente como canales de bendiciones divinas), proclamó: “He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel”.

Notablemente, él no dijo ni hizo lo que Rut hizo. Regresó a su país y a su pueblo y continuó adorando al Dios de Israel, pero como arameo. En contraste con Rut la moabita, el enfoque de Naamán fue más bien algo como: “Tu Dios será mi Dios, pero mi pueblo seguirá siendo mi pueblo”. Interesantemente, al final, él recibe la bendición más grande de todas – la bendición de Shalom – de parte del profeta de Dios (2 Reyes 5:18-19). No tengo duda de que los apóstoles judíos en Hechos 15 (la reunión a la que a menudo se hace referencia como el “Concilio de Jerusalén”) pensaron en los gentiles que venían a la fe en el Cristo judío siguiendo la trayectoria de Naamán, y no el paradigma de Rut.

El Concilio prohibió expresamente solo cuatro categorías de conducta a los seguidores no judíos de Cristo, reafirmando las mismas prohibiciones impuestas a los extranjeros residentes entre Israel descritas en Levítico 17-21. Ser seguidores no judíos del Cristo judío en el Imperio romano ya era bastante difícil (su nueva vida chocaba fuertemente con muchas prácticas religiosas romanas y normas aceptadas de conducta patriótica), así que los apóstoles decidieron no poner sobre ellos ninguna carga adicional. Parece, según Hechos 15:21, que se asumía que los creyentes gentiles asistirían a las sinagogas dondequiera que vivieran, escuchando las palabras de Moisés, y presumiblemente también oyendo la enseñanza del judaísmo sobre vivir una vida generalmente justa. En términos prácticos, observar estas cuatro leyes (afirmadas por el Concilio de Jerusalén) permitiría que creyentes gentiles y judíos convivieran sin ofender a los judíos, lo cual podría llevar a la marginación, porque convivir con los judíos es un punto muy importante.

El deseo tanto del concilio como de Pablo no era apoyar “iglesias gentiles” como suelen llamarse, sino más bien desarrollar orgánicamente subgrupos sinagogales gentiles que los Apóstoles veían como miembros iguales y esenciales de la coalición judía/israelita, pero que no debían convertirse en judíos mediante la conversión.

Hechos 16:4-5 nos dice que el Apóstol Pablo apoyó plenamente la decisión del Concilio y proclamó su mensaje con gran gozo mientras viajaba de congregación en congregación (tanto las que él plantó como las que no). La plena observancia de la Torah (conversión proselita al judaísmo) era innecesaria para cualquier gentil que se uniera a la coalición judía siguiendo al Cristo judío; ellos también, como las naciones, eran ahora ciudadanos de primera clase en el Reino de Dios. ¿Tenían que darse ciertas modificaciones culturales? ¡Por supuesto! Pero el gran principio de “ninguna carga adicional además del gran reto que ya tenían los seguidores gentiles del Cristo judío” viviendo en el mundo pagano romano fue sostenido.

Judíos y griegos en Cristo

Ahora volvamos al texto que toqué antes – Gálatas 3:26-29 (especialmente el v. 28):

“pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.”

El Apóstol Pablo, dirigiéndose a los seguidores gentiles del Cristo judío, les dice que, por la fe, ahora son contados entre los hijos de Dios en razón de su sometimiento a la ceremonia judía de lavamiento con agua (traducida como “bautismo”) en el nombre de Cristo Jesús. Su identidad ahora ha sido redefinida por el mismo Cristo judío (vv. 26-27). Un poco antes, Pablo habló de su propia identidad en términos semejantes:

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).

Su punto se hace claro una vez que nos damos cuenta de que Pablo habla de sí mismo para explicarles a ellos – cuando judíos o no judíos se encuentran en el Cristo, algo muy importante sucede. Ahora están definidos, no tanto por su posición social como no judíos, sino por el mismo Cristo.

Es aquí donde el teólogo cristiano tradicional puede comenzar a (finalmente) sentirse un poco cómodo con mi argumento porque lo que parece venir a continuación es que la identidad judía queda anulada/caduca/irrelevante cuando se está “en Cristo”. Una persona era judía, pero cuando está “en Cristo”, su posición social, en este caso como judío, deja de tener importancia.

Sin embargo, yo argumento lo contrario, porque el Cristo en el cual tanto judíos como no judíos ahora se encuentran es, de hecho, un Cristo judío. Él es el Mesías, como Pablo lo ve, predicho hace mucho tiempo por los profetas israelitas y largamente esperado por el pueblo de Israel. Ya sea que lo llamemos como los cristianos tradicionales hacen hoy “Cristo” o como muchos otros lo llaman “Mesías/Mashiach”, no hace ninguna diferencia porque ambos significan lo mismo y representan un concepto exclusivamente judío/israelita. (Uso la frase “Cristo judío” para ayudarnos a dejar de pensar en esta falsa dicotomía – “Cristo” gentil, “Mesías/Mashiach” judío).

Distinción vs. discriminación

Cuando se cita Gálatas 3:28, es usual que solo se enfatice la primera parte – no hay judío (Ἰουδαῖος) ni griego (Ἕλλην) – excluyendo el resto del versículo. (El texto original no habla de gentiles, sino de griegos. Probablemente sea legítimo hacer la conexión; sin embargo, al leer estas cartas antiguas, este punto importante debe tenerse en cuenta. Nótese que el texto no usa la palabra “gentil” (como lo hacen la NVI y varias otras traducciones), sino “griego”, poniéndolo en paralelo con “judío”).

La conclusión que a menudo se saca de esta frase es que ya no hay distinción ni diferencia entre un judío y un griego. Pero esto no tiene sentido conforme seguimos leyendo: “no hay varón ni mujer” en Cristo Jesús. Siguiendo esta lógica, si lo que está en vista es distinción o diferencia, podríamos concluir (como de hecho algunos lo han hecho) que en Cristo los matrimonios entre personas del mismo sexo son aceptables. La lógica falla, sin embargo, cuando las mismas personas que se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo con el argumento de que los hombres siguen siendo hombres y las mujeres siguen siendo mujeres, no se dan cuenta de que no pueden aplicar un doble estándar. En otras palabras, si los hombres y las mujeres aún conservan las diferencias de género (como yo creo que lo hacen), entonces también los judíos y los griegos conservan sus diferencias, incluso en Cristo. Entonces, ¿qué pretende comunicar Pablo cuando les dice a los gálatas que tanto judíos como griegos, si se encuentran en Cristo, se convierten en hijos de Abraham? Mark Nanos es, una vez más, de gran ayuda aquí. Nanos argumenta que es mejor ver lo que Pablo está escribiendo en contra no como “distinción/diferencia”, sino en realidad como “discriminación”.

Algunos de ustedes con razón habrán notado que convenientemente dejé fuera la frase “ni esclavo ni libre”. Sin embargo, ésta también debe tomarse en cuenta y traerse a la conversación. Pablo no se opone a la esclavitud romana en sus escritos como tal (Ef. 6:5), pero sus escritos pueden ser vistos como un paso hacia la crítica de la esclavitud en el futuro. Para entender esto, no debemos pensar en la esclavitud romana del mismo modo en que pensamos en la esclavitud racial estadounidense o europea de la historia reciente. Los esclavos romanos a menudo eran ricos y tenían derechos en la sociedad romana. De hecho, los esclavos privados en las ciudades romanas a menudo estaban mucho mejor que la mayoría de los hombres y mujeres libres de la misma ciudad. Aunque el sistema de esclavitud era malo y necesitaba ser abolido, no era ni remotamente tan terrible ser esclavo en el Imperio romano como lo fue en los tiempos coloniales de la historia reciente.

En una de las cartas que el Apóstol Pablo co-escribió con Timoteo mientras estaba encarcelado en Roma, Pablo pidió con gran fuerza y pasión a Filemón que perdonara y recibiera de vuelta a su esclavo fugitivo Onésimo sin castigarlo. En cambio, Pablo pidió que Filemón recibiera a Onésimo como si recibiera a Pablo mismo, a quien tenía en gran honor (Carta a Filemón). Para Pablo, la distinción entre esclavo y libre seguía intacta aun “en Cristo”, pero tanto el esclavo como el libre no podían tratarse de la misma manera que antes. “La discriminación en Cristo” dentro del sistema de relación amo-esclavo debía terminar en ese mismo momento. En Cristo, judíos y gentiles se convierten en socios iguales y miembros de la misma coalición judía de los dispuestos, quienes trabajan incansablemente para sostener las prioridades del reino del Dios de Israel a través de su Rey y su amado Hijo – Jesús.

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
INVITACIÓN PARA UNA ENTREVISTA
Follow US
Dr. Eliyahu Lizorkin-Eyzenberg © 2025. All Rights Reserved.
Welcome Back!

Sign in to your account

Username or Email Address
Password

Lost your password?