El siguiente artículo es un capítulo de mi libro «Las raíces hebreas de María: otra mirada a la mujer hebrea más venerada».
Como información de referencia, a lo largo de todo el libro me apoyaré en la obra del erudito católico Brant Pitre, «Jesús y las raíces judías de María» (2018). Aunque concuerdo con muchos aspectos de su trabajo, también discrepo de su metodología, su enfoque, su argumentación y, por supuesto, sus conclusiones en muchos puntos. Sin embargo, recomiendo leer el libro de Pitre en paralelo con el mío, ya que esto enriquecerá su comprensión de esta obra. Probablemente, el capítulo más interesante de su libro sea aquel donde intenta presentar a María como la versión católica de la Raquel hebrea. Por un lado, esto es muy interesante; por otro, bastante problemático. Pero, por supuesto, el juicio le corresponde a usted. Después de todo, precisamente por eso está leyendo este libro: para formarse su propia opinión.
Los méritos de los padres
Tal vez esto le parezca ilógico, pero deseo comenzar esta discusión hablando del conocido concepto hebreo de “los méritos de los padres”. Pronto entenderá por qué.
El concepto básico aquí tiene que ver con las acciones extraordinarias de los padres de Israel —Abraham, Isaac y Jacob—. Los “méritos de los padres” se refieren a las obras justas de los miembros originales del pacto. Estos méritos producen resultados muy positivos para los descendientes de Israel. La idea de que el justo Cristo Jesús puede obtener salvación para los pecadores mediante su sacrificio en la cruz es la expresión suprema de este antiguo concepto judío.
A juzgar por las prácticas litúrgicas judías, el sacrificio de Isaac por Abraham es la acción más justa registrada en la Torá (Génesis 22). Abraham demuestra la fe suprema al estar dispuesto a poner a muerte a su único hijo Isaac en obediencia a YHVH. Esto se convierte en el ejemplo máximo de confianza, del cual todas las generaciones futuras de israelitas continúan recibiendo beneficios espirituales. Los hijos de Israel, como miembros del pacto, reciben estos beneficios extraordinarios porque “los méritos de los padres” son siempre recordados por YHVH y atesorados por Él. Vemos esta idea muy claramente ya en Génesis, cuando Dios habla a Isaac sobre los méritos de su padre Abraham. Leemos:
«Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo.»
(Génesis 26:24, RVR1960)
Además, este concepto también se encuentra en la Amidá, la oración judía central que, en otros contextos, simplemente se llama tefilá (oración). Está compuesta de diecinueve bendiciones, y la primera de ellas recuerda los “méritos de los padres”. Leemos:
בָּרוּךְ אַתָּה יְהֹוָה אֱלֹהֵֽינוּ וֵאלֹהֵי אֲבוֹתֵֽינוּ אֱלֹהֵי אַבְרָהָם אֱלֹהֵי יִצְחָק וֵאלֹהֵי יַעֲקֹב הָאֵל הַגָּדוֹל הַגִּבּוֹר וְהַנּוֹרָא אֵל עֶלְיוֹן גּוֹמֵל חֲסָדִים טוֹבִים וְקוֹנֵה הַכֹּל וְזוֹכֵר חַסְדֵי אָבוֹת וּמֵבִיא גוֹאֵל לִבְנֵי בְנֵיהֶם לְמַֽעַן שְׁמוֹ בְּאַהֲבָה
Bendito eres Tú, Señor, nuestro Dios y Dios de nuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, el Dios grande, poderoso y temible, Dios Altísimo, que concede bondades abundantes, que posee todas las cosas, que recuerda la piedad de los padres y que trae un redentor a los hijos de sus hijos, por amor de Su Nombre, con amor.
מֶֽלֶךְ עוֹזֵר וּמוֹשִֽׁיעַ וּמָגֵן: בָּרוּךְ אַתָּה יְהֹוָה מָגֵן אַבְרָהָם
Rey, Ayudador, Salvador y Escudo. Bendito eres Tú, Señor, Escudo de Abraham.
En el judaísmo, el concepto de los “méritos de los padres” es una idea muy importante que, en muchos sentidos, constituye la base misma de la relación de pacto con Dios. Ciertamente es tan importante que se menciona primero entre los diecinueve temas. Esta antigua idea judía es claramente visible en la carta a los Romanos. De hecho, las cartas de Pablo son uno de los primeros testimonios de esta noción. Allí, hablando de los judíos que no aceptaron el mesianismo de Jesús y que se opusieron a su causa, él escribe:
«En cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres.»
(Romanos 11:28, RVR1960)
Según el apóstol Pablo, incluso su rechazo de Jesús no descalifica a los judíos como amados por el Dios de Israel a causa de los padres Abraham, Isaac y Jacob. En verdad, esta es una declaración sorprendente.
El sufrimiento y la vida trágica de Raquel
Los judíos de todo el mundo siguen un sistema de lectura de la Biblia hebrea, establecido y organizado por los rabinos hace mucho tiempo. En él, las porciones de la Torá (los cinco libros de Moisés) se emparejan con diversas lecturas seleccionadas de los profetas hebreos. Lo interesante es que, durante la festividad de Rosh Hashaná, la lectura de Génesis 22 —que narra la ofrenda de Isaac por Abraham— se empareja con una lectura del profeta Jeremías 31, que incluye a Raquel llorando por los exiliados israelitas. Esto, dentro de la tradición litúrgica judía, presenta a Raquel como una especie de contraparte femenina de Abraham.
La vida de Raquel está verdaderamente llena de sufrimiento y tragedia. Todo comienza cuando conoce a Jacob, quien llega a Padán-Aram huyendo del conflicto con su hermano Esaú. Poco después, Jacob pide a Labán que le dé por esposa a su hermosa hija Raquel. Labán accede, pero pide a Jacob que trabaje para él durante siete años antes de casarse con ella. Al cumplirse los siete años, Labán sustituye a Raquel por Lea, y Jacob, sin saberlo, se une con Lea en lugar de Raquel, descubriendo el engaño hasta la mañana siguiente. En tiempos antiguos, tener relaciones sexuales con alguien equivalía a casarse con esa persona. Imagine el estado emocional de Raquel, quien debía convertirse en la esposa de Jacob, pero fue privada, por su propio padre, de esa alegría y honor. Poco después, en la misma semana, Labán da a Raquel a Jacob como pago adelantado por otros siete años de trabajo. Raquel se convierte así en la segunda esposa de Jacob.
Para colmo de males, Dios bendice a Lea con hijos al ver que es menos amada que Raquel. Pero, al igual que Sara y Rebeca antes que ella, Raquel tiene dificultades para concebir. Finalmente, Raquel concibe un hijo y lo llama José. La vida de José, antes de su eventual exaltación, es aún más trágica. Y dado el vínculo natural de toda madre con su hijo, los sufrimientos de José se suman naturalmente a la tragedia de la propia vida de Raquel.
Para resumir una historia muy larga, algunos de los medio hermanos de José quieren matarlo, pero él termina en esclavitud en Egipto. Según la Biblia, no está del todo claro si Raquel aún vivía cuando ocurrieron los eventos trágicos de José. Por un lado, Génesis 35:18 habla de la trágica muerte de Raquel al dar a luz a Benjamín, el hermano de sangre de José. José tiene sus sueños famosos y los relata a sus hermanos solo en Génesis 37. Así que la suposición obvia es que, dado que el capítulo 35 viene antes que el 37, Raquel ya había dado a luz a Benjamín y murió antes de que José fuera vendido como esclavo en Egipto. Esto también podría explicar por qué Jacob hizo para el joven José una túnica especial, distinguiéndolo de sus hermanos mayores de otras madres. Jacob pudo haber pensado que así honraba a la difunta Raquel.
Por otro lado, algo no encaja del todo, y es posible que las historias relacionadas con José y Raquel no estén contadas en orden cronológico (no sería la primera vez que esto sucede en la Biblia). Jacob reprende a su hijo después de oír acerca del segundo sueño y le dice:
«¿Qué sueño es éste que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?»
(Génesis 37:10, RVR1960)
Esto se lee como si Raquel aún estuviera viva. Es posible que Génesis 37 sea una narración retrospectiva. Génesis es conocido por contar las historias dos veces. Además, cuando un Jacob muy anciano se reúne con su hijo José, quien había alcanzado gran poder en Egipto, Jacob considera importante recordarle cómo y dónde murió su madre, como si José no lo supiera:
«Y yo, cuando venía de Padan, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino, como media legua de tierra viniendo a Efrata; y la sepulté allí en el camino de Efrata, que es Belén.»
(Génesis 48:7, RVR1960)
Por otro lado, puede que estas no sean las palabras exactas de Jacob, ya que no es Jacob sino Moisés quien, mucho después, las escribe para Israel como registro de lo sucedido. Además, se mencionan en el contexto de que Jacob le dice a José que adoptará a sus dos hijos nacidos en Egipto. Así que es posible que Jacob no esté tanto informando a José (pues seguramente José habría preguntado antes por su madre), sino recordando ese evento trágico y justificando su decisión.
Hay muchos otros argumentos a favor y en contra de la idea de que Raquel murió antes de la esclavitud de José en Egipto. El asunto no parece estar resuelto. Si Raquel aún vivía cuando José desapareció, imagine el sufrimiento intenso que debió soportar cuando los hermanos llevaron las ropas rasgadas de José, cubiertas de sangre. En este caso, Raquel muere sin saber lo que realmente sucedió. Seguramente revivía constantemente en sus sueños la escena de fieras salvajes atacando y llevándose el cuerpo sin vida de su amado hijo. Muere sin darse cuenta de cómo Dios, por medio de José y del intento homicida de sus hermanos, estaba en realidad trayendo salvación a toda la familia de Jacob.
Antes de morir, sin embargo, Dios, en su misericordia, le concedió a Raquel otro hijo. Jacob lo llama acertadamente Benjamín (hijo de mi diestra), aunque Raquel quiso llamarlo Ben Oni (hijo de mi dolor). Raquel comprende que, aunque ha logrado darle vida, no sobrevivirá a este parto. Raquel muere ese mismo día, dándole a Jacob otro hijo y a José otro hermano. Su amado esposo Jacob la sepulta en las cercanías de Belén. Leemos:
«Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén.»
(Génesis 35:19, RVR1960)
En la muerte, Raquel queda aún más apartada, pues no es sepultada junto a su esposo o sus antepasados, sino en el camino, lejos de los demás. Esto refuerza el sentido de profundo sufrimiento que se asocia con Raquel en la memoria judía. Por otro lado, si Raquel murió antes de la esclavitud de José, podría decirse que aun así tuvo abundante sufrimiento inmerecido en su vida, incluso sin haber conocido la esclavitud de su hijo. Puede considerársela la mujer de mayor sufrimiento mencionada en la Torá.
Si Jeremías no estaba hablando sólo de manera poética y realmente creía que Raquel lloraba por los hijos de Israel que marchaban encadenados al exilio por el camino junto a la tumba de Raquel, entonces, sin duda, el que ella hubiera muerto antes de la esclavitud de José no le impidió conocerlo y sufrir por ello desde el otro lado de la vida.
El poder de la oración de Raquel
En materiales rabínicos posteriores, la trama se complica. Leemos en Génesis Rabá la pregunta:
“¿Cuál fue la razón de Jacob para sepultar a Raquel en el camino a Efrata?”
Evocando Jeremías 31:14-15, el midrash responde:
“Jacob previó que los exiliados pasarían por allí. Por tanto, la sepultó allí para que ella pudiera orar por misericordia por ellos.” (Gen. Rabá 82:10).
Como se mencionó en el capítulo anterior, mucho después de la muerte de Raquel, Jeremías declara que cuando Raquel ve a los exiliados de Israel salir de Jerusalén, llora por ellos, y que Dios escucha entonces su voz de intercesión. Leemos:
«Así ha dicho Jehová: Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron.»
(Jeremías 31:15, RVR1960)
Raquel es la antepasada del Reino del Norte, el cual fue llamado Efraín, por el hijo de José. Después de que Efraín y Benjamín fueron exiliados por los asirios, Raquel es recordada como la madre por excelencia que llora e intercede por sus hijos.
La centralidad de Raquel dentro del concepto de los “méritos de los padres/madres” aparece en el midrash, que conserva un debate rabínico sobre la identidad tribal del profeta Elías. El rabino Elazar argumenta que Elías pertenece a la tribu de Benjamín, mientras que el rabino Nehorai sostiene que pertenece a la tribu de Gad. Leemos:
“Estos nombres están destinados a una interpretación alegórica: cuando [Dios] sacude el mundo, Elías recuerda el mérito de los antepasados… En una ocasión nuestros rabinos estaban debatiendo acerca de Elías, algunos afirmando que pertenecía a la tribu de Gad, otros, a la tribu de Benjamín. Entonces él vino y se presentó ante ellos y dijo: ‘Señores, ¿por qué discuten acerca de mí? Yo soy descendiente de Raquel.’” (Gen. Rabá 71:9)
Raquel es representada repetidamente en los poemas religiosos judíos orando a Dios. Los midrashim rabínicos presentan a Raquel como la madre eterna del pueblo de Israel, cuya esterilidad, muerte prematura, acumulación de méritos por medio de repetidos actos de pérdida y autosacrificio, y sus súplicas atemporales en generaciones posteriores, pueden intervenir en el juicio de Dios sobre sus descendientes. Transforman a Raquel no sólo en una intercesora maternal celestial, sino también en la matriarca más meritoria, cuyo mérito trasciende las generaciones.
Llegamos ahora al mejor ejemplo, con mucho, de cómo Raquel se convierte en la intercesora más poderosa dentro del judaísmo. Aunque el judaísmo reconoce a cuatro madres de Israel, Raquel es la que ocupa el papel principal. Leemos en Lamentaciones Rabá que:
El rabino Shmuel bar Najmán dijo:
“Cuando el Templo fue destruido, Abraham vino ante el Santo, bendito sea Él, llorando, arrancándose la barba, desgarrándose el cabello, golpeándose el rostro, rasgando sus vestiduras, con ceniza sobre su cabeza; caminaba por el Templo lamentándose y gritando:
‘¡Señor del universo! ¿Por qué exiliaste a mis hijos, los entregaste en manos de las naciones, los mataron con toda clase de muertes terribles, y destruiste el Templo, el lugar donde yo ofrecí a mi hijo Isaac como holocausto delante de Ti?’”
(Lam. Rabá, Petichta 24)
Este texto muestra el nivel emocional del compromiso del padre Abraham cuando se trata de interceder por los hijos de Israel en el exilio. No sólo simpatiza; sufre con ellos. Los exiliados no son un pueblo lejano y necesitado: son su propia posteridad, su misma carne y sangre en la angustia. El midrash describe este apasionado, imaginado y, en última instancia, fallido alegato de Abraham ante Dios.
El Dios de Israel expone sus razones para rechazar la súplica de misericordia y ayuda de Abraham. La historia continúa con Isaac interviniendo por los hijos de Israel, apelando a sus propios méritos ante el Todopoderoso y rogando por Israel. Pero él también recibe una respuesta negativa de Dios. Luego intercede Jacob y se dirige a Dios, pero Jacob tampoco tiene éxito en su intercesión. Entonces llega el turno de Moisés, quien comienza diciendo:
“Señor del universo, ¿no fui yo un pastor fiel sobre Israel durante cuarenta años? Corrí delante de ellos como un caballo en el desierto, y aun así, cuando llegó el tiempo de que entraran en la tierra, decretaste contra mí que mis huesos caerían en el desierto. Ahora que ellos han sido exiliados, Tú me enviaste a lamentarlos y a llorar por ellos.”
(Lam. Rabá Petichta 24)
Al parecer, Dios no se conmueve. Moisés tampoco logra su propósito. Luego el midrash narra una conversación entre Moisés y el profeta Jeremías. Juntos llegan a los ríos de Babilonia, donde se hallan los cautivos de Israel. Los exiliados, Moisés y la Bat Kol (voz divina) interactúan entre sí, y los exiliados elevan fervientes oraciones. Cuando Moisés se encuentra con Abraham, Isaac y Jacob y les habla acerca de los cautivos de Israel, les cuenta de los sufrimientos de los hijos de Israel en el cautiverio babilónico. Los padres de Israel comienzan a llorar y gemir amargamente. Entonces ocurre algo inesperado.
Raquel, a quien el texto llama “nuestra matriarca”, eleva su súplica. Ella relata su vida llena de sufrimiento, especialmente aquella noche en que Labán recurrió a su táctica de “atraer y sustituir”. Apela a su capacidad de contener sus propios celos y razona del menor al mayor: si ella pudo hacerlo, ¿acaso Dios no podría hacer lo mismo? Si ella perdonó y bendijo a Lea —la narradora del Midrash se permite aquí cierta libertad con el texto original—, ¿no podría Dios también perdonar y bendecir a Israel? Leemos:
“Si yo, siendo carne y sangre, no tuve celos de mi rival ni la llevé a la vergüenza ni al desprecio, ¿por qué Tú, Rey viviente y eterno, misericordioso, has sentido celos de la idolatría, que carece de esencia, y has desterrado a mis descendientes, y fueron muertos a espada, y los enemigos hicieron con ellos lo que quisieron?”
(Lam. Rabá Petichta 24)
Lo que sucede a continuación, considerando el fracaso de la intercesión de Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, es algo sin precedentes:
“En ese momento se despertó la misericordia del Santo, bendito sea Él, y dijo: ‘Por ti, Raquel, haré volver a Israel a su lugar.’
Como está escrito: ‘Así ha dicho Jehová: Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron.’
Y también está escrito: ‘Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová; y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra.’”
(Jeremías 31:15–17, RVR1960; Lam. Rabá Petichta 24)
La esencia aquí no es que el narrador del midrash posea información adicional que no aparece en la Torá, sino que, en la conciencia judía, Raquel continúa siendo la suprema intercesora por los hijos de Israel.