Mi incertidumbre
Al escribir sobre este tema, lo hago con “temor y temblor”. La razón es que éste es un tema sumamente controvertido, pero dado que ya abrí la “caja de Pandora” en mi última sección, no tengo otra opción más que abordar el tema con más detalle: ¿Hay, o no hay, una sola Ley para todos? Mi último párrafo decía lo siguiente:
¿Podría ser que Pablo haya concebido una sola Torá para judíos y gentiles, pero dos conjuntos de leyes aplicables a cada grupo? ¿Podría ser que más tarde, los “musulmanes” y los “cristianos” estuvieran generalmente equivocados (al pensar que puede haber sólo una ley para todo el mundo)? ¿Podría ser que el “judaísmo”, aunque en minoría, tuviera en realidad la razón? Había una sola Torá para ambos (judíos y gentiles), pero dos conjuntos de leyes en la Torá, apropiadamente y respectivamente aplicables a cada uno.
Antes de comenzar, quizá sea necesario hacer una aclaración. Honro y amo a los seguidores modernos de Cristo que puedan tener opiniones con las cuales yo no esté de acuerdo en este artículo. Para mí, aunque este tema es de gran importancia, el amor y el respeto entre los seguidores del Cristo judío deben reinar por encima de todo, pues como dijo un gran teólogo una vez: “Si los cristianos están en guerra unos con otros, no deben estar en guerra con el mundo”. Así que, por favor, sigan considerando mi escrito como una conversación y una continua invitación a reflexionar sobre estos temas tan importantes, presentados únicamente con gran respeto hacia todos los lados involucrados.
La Torá No Es Ley
Antes de continuar, debemos definir nuestra terminología. Defino la Torá como una colección de los primeros cinco libros de las Biblias judía y cristiana. La Torá (que en hebreo significa algo como “instrucción” o “enseñanza”) es una obra de múltiples géneros atribuida en gran parte a Moisés, que contiene poesía, relatos, profecías, testimonios, llamados a la adoración, así como una amplia variedad de leyes.
Para cuando la Septuaginta judeo-griega estuvo disponible (las traducciones de los libros de la Torá estuvieron disponibles mucho antes que el resto de la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento), los sabios judíos que residían en tierras de habla griega comenzaron a llamar rutinariamente a la Torá Nomos, lo cual en griego básicamente (aunque no exclusivamente) significa “la Ley”.
Aún no está claro si la palabra griega elegida describe de la mejor manera la Torá, pero el hecho es que la acción ya estaba hecha. Torá en griego se convirtió en nomos. Sin embargo, dado que hoy tratamos este tema usando terminología moderna, debemos considerar nuestro lenguaje moderno al hablar sobre la historia antigua. Por lo tanto, debemos dejar en claro que, aunque la Torá contiene las leyes, no puede equipararse solamente con “la ley” en el sentido moderno de la palabra. La Torá es ley, pero también es mucho más.
Una Ley en el Cristianismo y en el Islam
El tema de si la Torá israelita es aplicable a todos de la misma manera es un producto directo del surgimiento del cristianismo (en los siglos III-IV) y del islam (en los siglos VI-VII) como sistemas religiosos autosuficientes y autónomos. Fue sólo entonces cuando tanto los cristianos como los musulmanes, debido al carácter “universal” de ambas religiones recién establecidas, establecieron el principio básico de que “habrá una sola regla de fe y práctica para cada creyente”. Esta única Ley, llamada en el cristianismo Derecho Canónico y en el islam Ley Sharía, estableció el hecho de que ni el cristianismo ni el islam eran religiones tribales; cualquiera podía convertirse en cristiano o musulmán sin necesidad de cambiar culturalmente. La fe no pertenecía a, ni era definida por, un solo grupo étnico, como seguía siendo el caso en Israel (o lo que después llegamos a llamar el pueblo judío).
Pero la fe de Israel en los tiempos de Jesús y de Pablo era diferente: aunque aceptaba conversos, no se consideraba, hasta la era cristiana (siglos III-IV), una religión separada. Ser parte de Israel ciertamente tenía un componente religioso significativo, pero era el “paquete completo” lo que los conversos aceptaban, y no sólo las “normas espirituales y doctrinales”. Dado que el judaísmo antecedía por muchos siglos al establecimiento formal tanto del cristianismo como del islam, se manifestaba en un modo completamente distinto: no era una religión separada, sino una forma de vida ancestral. Aquellos que se unían a Israel mediante la conversión prosélita (conversión completa) se unían al “pueblo de Israel” en lugar de simplemente asumir la adoración del Dios de Israel, a diferencia de los modos posteriores de conversión hallados en el cristianismo y el islam.
Nunca Hubo Una Sola Ley para Todos
El judaísmo antiguo también aceptaba a quienes venían a vivir entre el pueblo judío pero que no pasaban por la conversión prosélita (completa). A éstos se les llamaba “extranjeros que moran con Israel”. Eran personas que, por una u otra razón, decidían conservar sus identidades étnicas y culturales, pero que, ya sea por elección o por circunstancias, se encontraban viviendo entre los israelitas por un período prolongado o permanente. En la era del apóstol Pablo, la cuestión judía de cómo los extranjeros que moraban con Israel debían vivir entre los israelitas se transformó naturalmente en otra pregunta imprevista: ¿Cómo debían vivir los extranjeros con Israel en armonía con el resto de Israel, y al mismo tiempo dentro de los límites del Imperio Romano? Ésta fue precisamente la pregunta que el “concilio de Jerusalén” planteó y respondió en Hechos 15. Esencialmente, su respuesta fue: “Las naciones que siguen al Cristo judío dentro del Imperio Romano deben continuar como siempre lo han hecho. No hay diferencia entre los extranjeros que moran con Israel viviendo sólo entre israelitas o los que residen en el Imperio Romano”.
Esto es muy importante, porque nunca hubo una sola ley para todos en la tradición israelita. Piénsalo: había un conjunto de leyes que se aplicaban a todo Israel y otro conjunto que se aplicaba a los levitas. En otras palabras, había una sola Torá, pero conjuntos de leyes separados para los levitas y para los demás israelitas.
Sostengo que esta idea exacta definió la mentalidad del apóstol Pablo. Recuerda, Pablo no era un cristiano, sino que, según su propia orgullosa confesión, era un fariseo judío, uno que fue llamado por el Mesías Jesús para servir a Israel y a las naciones de una manera verdaderamente única, pero que seguía siendo judío. Por lo tanto, pensaba, como los judíos siempre habían pensado, que hay una sola Torá pero varios conjuntos de leyes, no como pensaron los cristianos posteriores (una sola ley para todos).
El testimonio de Hechos 15 (recordando que el Nuevo Testamento antecede a la Mishná por varios siglos) ofrece una ventana al desarrollo de esta idea judía. Aunque no entraremos en todos los detalles comparativos, basta decir que el testimonio de Hechos 15 ofrece una ventana al desarrollo, mostrando esencialmente que las conclusiones del concilio de Jerusalén (expresadas en su carta a los gentiles seguidores de Cristo en el Imperio Romano) estaban en armonía con lo que más tarde se convertiría, a través del desarrollo del judaísmo rabínico, en las leyes noájidas. El Nuevo Testamento, por lo tanto, sirve como un testigo histórico anterior de lo que más tarde surgiría en las ideas y prácticas rabínicas judías.
Como se mencionó antes en la Biblia Hebrea, hay dos maneras de comprometerse plenamente con el Dios de Israel. Una es la de Rut la moabita: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”. La otra es la de Naamán el arameo, quien, después de ser sanado en el río de Israel, declaró que no hay otro Dios en toda la tierra sino en Israel. Luego tomó tierra de Israel consigo para poder adorar al Dios de Israel entre su propio pueblo. Él se comprometió con el Dios de Israel de una manera diferente a la de Rut. En cierto sentido, dijo: “Tu Dios será mi Dios, pero mi pueblo seguirá siendo mi pueblo”. Ambas maneras fueron honradas y aceptadas en el judaísmo mucho antes de que el judaísmo se convirtiera oficialmente en una religión (en tiempos de Jesús y de Pablo), así como cuando sí llegó a ser una religión establecida, como el islam y el cristianismo.
Pablo y el Judaizar
Una de las ideas más confusas y determinantes, y una que hoy en día se entiende mal en general dentro de las iglesias cristianas, es la idea de judaizar. Pablo, el fariseo judío que siguió a Jesús como el Cristo, claramente consideraba que judaizar era algo incorrecto. Sin embargo, “el diablo está en los detalles”, como se dice en Occidente, o “Dios está en los detalles”, como preferimos decir aquí en Israel. Verás, lo que Pablo quiso decir con judaizar y lo que el cristiano promedio entiende hoy por judaizar son dos cosas completamente distintas.
En tiempos de Pablo, “judaizar” era básicamente un proceso mediante el cual un miembro de las naciones se unía plena y formalmente al pueblo judío a través de la conversión prosélita, como la de Rut la moabita (éste era su propósito explícito y único). Estamos hablando aquí de convertirse en judío —un israelita en todo sentido—. Pablo, el fariseo judío, entendía este tipo de “unión” como nada menos que un sabotaje del Shema y de todo el plan del Dios de Israel. Esto explica el lenguaje fuertemente polémico del apóstol Pablo hacia aquellos que predicaban la conversión prosélita a los seguidores de Cristo en Galacia.
Recuerda, cuando hablamos de las advertencias de Pablo contra la proselitización, no estamos tratando con la observancia del Shabat ni con la celebración de las Fiestas de Israel, porque éstas son prácticas judías. De hecho, tales prácticas eran asumidas intactas tanto por el “concilio de Jerusalén” como por el apóstol Pablo. Aunque examinaremos las principales diferencias entre la carta de Pablo a los Romanos y la carta que escribió a los seguidores de Cristo en Galacia en una sección aparte, conviene resumir que los argumentos de Pablo en su carta a los Romanos buscaban combatir las actitudes antijudías presentes entre los primeros seguidores de Cristo en Roma a mediados del primer siglo. Permíteme hacer un punto importante: Pablo logró su objetivo en Roma a través de esta carta. El mensaje de la carta fue tan directo que Ambrosiaster, en su comentario sobre el libro de Romanos en el siglo IV, escribió lo siguiente:
“Está comprobado que había judíos viviendo en Roma en tiempos de los apóstoles, y que aquellos judíos que habían creído transmitieron a los romanos la tradición de que debían profesar a Cristo, pero guardar la ley… No se debe condenar a los romanos, sino alabar su fe, porque sin ver señales ni milagros y sin ver a ninguno de los apóstoles, sin embargo aceptaron la fe en Cristo, aunque según un rito judío”. (Mark D. Nanos. The Mystery of Romans: The Jewish Context of Paul’s Letters [Kindle Location 320]. Kindle Edition.)
A lo largo de la primera carta de Clemente, escrita por los creyentes en Roma (alrededor del año 96) a los creyentes en Corinto, es asombroso hasta qué punto puede verse el lenguaje conceptual israelita. Pablo, en su ministerio de honra a la Torá para Israel y las naciones, logró dirigir a la iglesia en Roma hacia una relación apropiada con la nación de Israel, en la cual había una sola Torá para todos, pero dos conjuntos de leyes: uno para Israel y otro para los extranjeros que moran con ellos.