El Libro de Génesis se erige como un texto fundamental para muchos millones de cristianos y judíos en el mundo, entrelazando narrativas que dan forma a su identidad espiritual y rumbo de vida. En su centro están las historias de Abraham y Sarah, conocidos por su fe en las promesas de Dios (Hebreos 11:8). Sin embargo, dentro de estos relatos hay tres episodios preocupantes en los que Abraham, y luego su hijo Isaac, engañan a gobernantes extranjeros a quienes temían, presentando a sus esposas como hermanas. Conocidos como los “episodios de esposa-hermana”, estos eventos, registrados en Génesis 12:10–20, Génesis 20:1–18 y Génesis 26:1–11, desafían a los lectores modernos con preguntas sobre normas culturales, ética antigua y la respuesta de Dios a las fallas e imperfecciones humanas.
Para los israelitas, recientemente liberados de la esclavitud egipcia, estas historias, redactadas por Moisés, servían como inspiración e instrucción, conectando las pruebas de sus antepasados con las suyas propias mientras continuaban su travesía de 40 años desde Egipto hacia la Tierra Prometida. Al examinar estos episodios, descubrimos lecciones profundas sobre la naturaleza del viaje espiritual con toda su complejidad, ofreciéndonos a nosotros y a todo aquel que escuche una visión sobre la naturaleza humana y la gracia divina que resuena a través del tiempo.
Los Tres Relatos de Esposa-Hermana
Los episodios de esposa-hermana se desarrollan como tres historias distintas, cada una marcada por el temor y el engaño en tierra extranjera. En Génesis 12:10–20, una hambruna lleva a Abram (luego Abraham) y Sarai (luego Sarah) a Egipto. Temeroso de que la belleza de Sarai provoque que los egipcios lo maten, Abram le pide que se haga pasar por su hermana. El faraón, ignorando su matrimonio, toma a Sarai en su harén y recompensa a Abram con ganado y siervos. Dios interviene con plagas, revelando el verdadero estado matrimonial de Sarai, y un faraón enojado expulsa a la pareja.
En Génesis 20:1–18, Abraham y Sarah, ahora en Gerar, una región filistea entre la Franja de Gaza moderna y el Mar Muerto, viven de alguna manera un déjà vu. El rey Abimelec toma a Sarah, pero esta vez el Dios de Abraham advierte al rey en un sueño, impidiéndole acostarse con ella e invocando Su ira. Abimelec devuelve a Sarah, les compensa con regalos a ambos y los invita amablemente a permanecer en su reino.
Finalmente, en Génesis 26:1–11, Isaac, enfrentando hambruna, se muda a Gerar y afirma que Rebeca es su hermana. Abimelec descubre la verdad al ver a Isaac acariciando a Rebeca, lo reprende, pero asegura su protección. Estos episodios revelan un patrón recurrente: los patriarcas, a pesar de sus grandes actos de fe, recurren al engaño impulsados por el miedo, juzgando mal la situación, poniendo en riesgo el honor de sus esposas y ciertamente el honor de su Dios. Sin embargo, su Dios consistentemente los entiende, perdona, protege a ellos y a todos los que dependen de ellos en sus caravanas. Su salvación es un tema que resonaba con la propia liberación de los israelitas de Egipto y su andar errante por el desierto mediante eventos continuos de intervención divina a pesar de su notable falta de fe y obediencia como antiguos esclavos.
El Propósito de Moisés para los Israelitas
La Torá de Moisés incluía estas historias para inspirar e instruir a los israelitas que acababan de escapar de siglos de esclavitud en Egipto. Mientras vagaban por el desierto, luchando con su identidad como el pueblo escogido de Dios, estas narrativas conectaban sus propias luchas y fracasos con los de sus antepasados. Los eventos de Abraham e Isaac reflejaban en muchos sentidos la estadía de los israelitas dentro y fuera de Egipto, donde también sufrieron opresión de los reyes locales. Pero así como Dios protegió a Sarai/Sarah con plagas en Egipto y un sueño divino en Gerar, Él desató plagas y milagros para liberar a los israelitas del yugo, acompañándolos milagrosamente a través de sus andanzas a pesar de sus muchas fallas (Éxodo 7–12).
El viaje de los israelitas por el desierto estuvo marcado por repetidos fracasos motivados por la fe y el miedo, incluyendo quejas sobre la comida y el agua (Éxodo 16:2–3), la adoración del becerro de oro (Éxodo 32), el rechazo de la Tierra Prometida tras el informe temeroso de los espías (Números 13–14) y la rebelión contra el liderazgo de Moisés mediante el levantamiento de Coré (Números 16). Cayeron en idolatría e inmoralidad en Baal Peor (Números 25), se quejaron del maná (Números 11, 21) y discutieron en Meriba, donde incluso Moisés desobedeció (Números 20).
Al resaltar la fidelidad de Dios a pesar de las fallas humanas, Moisés animaba a los israelitas a confiar en las promesas del pacto de Dios, como lo hicieron sus antepasados, y a aprender de sus errores. A pesar de esos fracasos, Dios permaneció fiel y condujo con seguridad a los israelitas hacia la Tierra Prometida, tal como lo había asegurado. En otras palabras, estas historias subrayaban que el plan de Dios de hacer de ellos una gran nación (Génesis 12:2) prevalecería, tal como lo hizo para Abraham, Isaac y Jacob, guiándolos hacia la Tierra Prometida (Éxodo 19:4–6).
Contexto Cultural e Histórico del Engaño
Las historias de Abraham e Isaac en Génesis se desarrollan durante la era patriarcal, aproximadamente entre 2000–1800 a.C., en la Edad del Bronce Medio. Fue un tiempo en el que viajar era sumamente peligroso, muy alejado del turismo moderno. El robo y la violencia eran riesgos comunes para los viajeros (Génesis 14:12–14). Como líderes seminómadas, Abraham e Isaac guiaban grandes caravanas, similares a los campamentos itinerantes beduinos o gitanos modernos, en busca de pastos o huyendo de la hambruna. Estos movimientos los hacían tanto amenazas como aliados potenciales para los gobernantes locales, moldeando sus interacciones de maneras significativas.
Harenes y el Rol de Sarah
En el antiguo Cercano Oriente, las mujeres eran a menudo vistas como propiedad, su estatus ligado a la posición social del esposo. La frase hebrea en Génesis 20:3, que describe a Sarah como “casada con marido” (וְהִיא בְּעוּלַת בַּעַל, vehi be‘ulat ba‘al), resalta esta visión, enmarcándola como posesión de Abraham. Para los lectores modernos, esto es desconcertante, especialmente ya que el “gran pecado” de Abimelec (חָטָא גָדוֹל, chata gadol, Génesis 20:9) se trata menos de violar la dignidad de Sarah y más de haber infringido la propiedad de otro hombre. Génesis presenta estas historias sin disculpas, desafiando tanto a públicos antiguos como modernos a enfrentarse con sus complejidades morales.
Los harenes en esa época eran más que colecciones de esposas; eran centros de poder político. Tomar a una mujer, especialmente mediante el matrimonio, podía forjar alianzas o fortalecer la influencia de un gobernante. En Génesis 12:16, los regalos del faraón a Abraham—ganado y siervos—sugieren un acuerdo diplomático, posiblemente para asegurar la alianza con un caudillo adinerado como Abraham. Los reyes locales solían formar tales alianzas con múltiples líderes para reforzar su autoridad. De manera similar, el interés de Abimelec en Sarah (Génesis 20:2) probablemente mezclaba atracción personal con el deseo de aliarse con la próspera y militarmente capaz caravana de Abraham.
Edad de Sarah
La edad de Sarah—alrededor de 65 años en Egipto y 90 en Gerar (Génesis 17:17; 23:1)—plantea preguntas para el lector moderno. Dos explicaciones aclaran esto. Primero, Génesis sugiere que las vidas en esa era eran mucho más largas. Abraham vivió hasta los 175 años (Génesis 25:7), Sarah hasta los 127, y las genealogías en Génesis 5 y 11 reportan vidas de siglos. Esto implica un envejecimiento más lento, permitiendo que Sarah siguiera siendo atractiva incluso en edad avanzada. La edad de los reyes no se menciona. Podrían haber sido ancianos, buscando matrimonios estratégicos más que experiencias juveniles. Segundo, los harenes cumplían propósitos políticos más allá de la atracción física. El estatus de Sarah como “hermana” de Abraham y su vínculo con su riqueza (Génesis 13:2) la convertía en un activo valioso para alianzas. Algunos eruditos argumentan que la afirmación de Abraham de que Sarah era su hermana reflejaba una costumbre antigua hurriana de elevar el estatus de la esposa, no un engaño. Sin embargo, las reacciones de los reyes sugieren que la intención de Abraham era un engaño protector, no una distinción cultural.
La Comunidad Móvil de Abraham
La caravana de Abraham era una comunidad móvil, subrayando su importancia. Génesis 12:5 menciona sus “bienes” y “las personas que habían adquirido”, Génesis 13:2 habla de su riqueza, y Génesis 14:14 hace referencia a 318 “criados nacidos en su casa, adiestrados para la guerra”. Estimaciones sugieren que su grupo contaba entre 800–1,500 personas, con 40–80 tiendas, 100–300 animales de carga y miles de cabezas de ganado, extendiéndose por más de un kilómetro durante sus viajes.
Una Reflexión sobre la Fe y Acciones de Abraham
Génesis 26 relata el encuentro de Isaac con el hijo de Abimelec, el nuevo rey de Gerar, pero también arroja luz sobre la obediencia de Abraham. Las palabras de Dios a Isaac son impactantes:
“Habitaré contigo, y te bendeciré, porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras… por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:3–5).
Si hacer pasar a Sarah por su hermana fue un pecado—comúnmente visto como mentira y falta de fe—¿cómo podría Dios alabar tanto a Abraham? Hay varios puntos que aclaran esta tensión.
La Naturaleza de la Verdad en los Diez Mandamientos
La Biblia valora la verdad (Proverbios 12:22), pero el noveno mandamiento, “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16), prohíbe específicamente mentir en juicio para perjudicar a otro. La media verdad de Abraham sobre que Sarah era su hermana (Génesis 20:12) fue para sobrevivir, no por malicia, por lo que probablemente no rompe este mandamiento.
La idea rabínica de pikuach nefesh—salvar una vida tiene prioridad sobre la mayoría de los mandamientos—surgió después, pero tiene raíces bíblicas. Por ejemplo, Rahab mintió a los oficiales de Jericó para proteger a los espías israelitas (Josué 2:4–6) y fue elogiada por su fe (Hebreos 11:31). Sifra y Fuá, las parteras, engañaron al faraón para salvar a los niños israelitas (Éxodo 1:15–21) y fueron bendecidas. Tamar usó el engaño para obtener justicia de Judá (Génesis 38:13–26), y sus acciones condujeron a la línea mesiánica (Mateo 1:3). La mentira de Abraham sobre Sarah (Génesis 12:12, 20:11) fue impulsada por temor por su vida y responsabilidad de proteger a los suyos, enfrentando peligros reales de reyes extranjeros. Estas historias muestran que salvar vidas puede justificar el engaño en circunstancias extremas.
Justicia a Pesar de la Imperfección
La justicia no requiere perfección. David, llamado “varón conforme al corazón de Dios” (1 Samuel 13:14, Hechos 13:22), cometió adulterio y asesinato (2 Samuel 11), pero Dios valoró su devoción y arrepentimiento (Salmo 51). La fe de Abraham—mostrada al salir de Ur (Génesis 12:1–4), interceder por Sodoma (Génesis 18:22–33), y especialmente al ofrecer a Isaac (Génesis 22:1–18)—le valió el título de amigo de Dios (Isaías 41:8, Santiago 2:23). De igual forma, Ana y Simeón, descritos como justos por su devoción (Lucas 2:25, 2:37), no eran sin pecado, sino fieles. La alabanza de Dios a Abraham en Génesis 26:5 refleja su fidelidad de por vida, no una negación de sus fallas. Este patrón muestra que Dios valora la fe y obediencia más que la perfección.
Conclusión
Génesis, fundamental para cristianos y judíos, celebra la fe de Abraham y Sarah mientras revela sus fallas. Temeroso por sus vidas y la de quienes dependían de ellos, Abraham e Isaac engañaron a gobernantes, arriesgando el honor de sus esposas. Sin embargo, Dios los protegió, usando plagas, sueños o reprensiones, mostrando Su gracia. Para los israelitas liberados de Egipto, estas historias, escritas por Moisés, reflejaban sus propias luchas y la fidelidad de Dios. Ambientadas en una cultura patriarcal donde las mujeres eran propiedad y los harenes tenían peso político, estas narrativas destacan que el pacto de Dios perdura a través de la imperfección humana, enseñando lecciones eternas de fe, protección divina y la complejidad de los viajes espirituales.