En la Torá, nos encontramos con una gama de figuras notables cuyas vidas iluminan las profundas dinámicas de obediencia, fe e intercesión en su relación con Dios. Estos individuos, a menudo descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, son celebrados por su inquebrantable compromiso con los mandamientos divinos, dando forma al legado espiritual de Israel. Sin embargo, entre estas imponentes personalidades, un hombre se distingue, señalado de manera única en el texto sagrado: Noé, el único individuo llamado explícitamente un “varón justo” en toda la Torá (Génesis 6:9). Esta designación es impactante, no solo por su singularidad, sino también porque Noé no formaba parte del linaje del pacto de Abraham, Isaac y Jacob—los patriarcas escogidos para establecer la nación santa de Dios, Israel. Aunque la justicia de Noé es indiscutible, es a Israel, por medio de los descendientes de estos patriarcas, a quien Dios designa como una “nación santa” y un “reino de sacerdotes” (Éxodo 19:6). Esto plantea una pregunta profunda: ¿Por qué, a pesar del título incomparable de justicia que recibe Noé, no fue incluido entre los fundadores del pueblo escogido por Dios? La respuesta, propongo, se encuentra en las distintas maneras en que Noé y los patriarcas se acercaron a Dios, particularmente en momentos de juicio divino, revelando dimensiones más profundas de fe, intercesión y compromiso relacional con lo divino.
Para explorar esto, consideremos primero la respuesta de Noé al pronunciamiento del juicio divino. En Génesis 6, Dios le revela a Noé que un diluvio catastrófico destruirá la tierra debido a la maldad generalizada de la humanidad. Dios instruye a Noé que construya un arca para preservar a su familia y a representantes de cada especie animal. La respuesta de Noé es inmediata e inequívoca: “E hizo Noé conforme a todo lo que le mandó Dios; así lo hizo” (Génesis 6:22). Su obediencia es ejemplar, marcada por el silencio y la conformidad. Noé no cuestiona el decreto divino, ni intercede por la generación condenada. Su justicia se manifiesta en la ejecución fiel del mandato de Dios, asegurando la supervivencia de su casa y del orden creado. Esta obediencia es profunda, reflejando una confianza sólida en la justicia y soberanía de Dios. Sin embargo, el enfoque de Noé es notablemente pasivo en cuanto al compromiso con Dios más allá de la tarea asignada. Acepta la voluntad divina sin cuestionarla, encarnando una forma de justicia que prioriza la sumisión sobre el diálogo.
En contraste, la respuesta de Abraham al anuncio del juicio divino contra Sodoma y Gomorra revela una postura marcadamente diferente. En Génesis 18:16-33, Dios informa a Abraham de Su intención de destruir las ciudades debido a su pecado atroz. En lugar de aceptar en silencio, Abraham entra en un diálogo audaz, casi atrevido, con Dios. Intercede a favor de las ciudades, suplicando misericordia si se encuentran incluso unos pocos justos. El lenguaje de Abraham es desafiante: “¿Destruirás también al justo con el impío? … Lejos de ti el hacer tal … ¿El Juez de toda la tierra no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18:23-25). Esto no es mera obediencia, sino un acto sacerdotal de intercesión, donde Abraham arriesga el desagrado divino al abogar por otros. Su persistencia—negociando con Dios para salvar las ciudades por cincuenta, luego cuarenta y cinco, hasta llegar a diez justos—demuestra una intimidad relacional con Dios, una que se atreve a luchar con las intenciones divinas. En última instancia, Abraham acepta la voluntad de Dios, al igual que Noé, pero solo después de agotar toda posibilidad de influir en el desenlace. Esta postura intercesora se alinea con el papel sacerdotal que más tarde se le asigna a Israel, como mediador entre Dios y las naciones.
El contraste entre Noé y Abraham se aclara aún más al considerar la etimología del nombre “Israel”, derivado de Jacob, nieto de Abraham. El nombre Israel (Yisrael) proviene de la raíz hebrea לשרות (lesrot), que significa “luchar” o “ejercer influencia”. Esto se basa en Génesis 32:24-30, donde Jacob lucha toda la noche con una figura misteriosa, posteriormente identificada como divina. Negándose a soltarlo hasta recibir una bendición, la tenacidad de Jacob le vale el nombre de Israel, que significa una lucha con Dios que moldea su identidad y la de sus descendientes. Esta lucha no es rebelión, sino un compromiso profundo, una disposición a enfrentarse con la voluntad divina mientras se permanece fiel. El encuentro de Jacob refleja la intercesión de Abraham, mostrando un patrón entre los patriarcas de acercarse a Dios con reverencia y audacia. A diferencia de la obediencia silenciosa de Noé, la lucha de Jacob encarna una relación dinámica con Dios, una que implica cuestionamiento, persistencia y transformación.
Este patrón de lucha e intercesión no es exclusivo de Abraham y Jacob, sino que se repite en otras figuras bíblicas que, como los patriarcas, se comprometen con Dios de maneras que profundizan su rol en el pacto. Consideremos a Moisés, otra figura clave en la historia de Israel, cuyas interacciones con Dios ejemplifican este enfoque. En Éxodo 32, después de que los israelitas pecan al adorar al becerro de oro, Dios declara su intención de destruir al pueblo y comenzar de nuevo con Moisés. La respuesta de Moisés es inmediata y valiente: intercede, suplicando a Dios que se detenga. “¿Por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? … Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo” (Éxodo 32:11-12). Moisés incluso invoca la reputación de Dios entre las naciones y su pacto con Abraham, Isaac y Jacob, rogándole que recuerde sus promesas. Su audacia alcanza su punto máximo cuando declara: “que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito” (Éxodo 32:32), ofreciendo su propia vida por el bien del pueblo. Como Abraham, Moisés actúa como mediador, interponiéndose entre Dios e Israel, y su intercesión asegura la misericordia divina. Este papel sacerdotal, basado en la intimidad relacional y el coraje, distingue el enfoque de Moisés del cumplimiento silencioso de Noé.
Otro ejemplo se encuentra en el profeta Samuel, cuyo rol intercesor ilustra aún más esta dinámica. En 1 Samuel 7, cuando los filisteos amenazan a Israel, Samuel ora y ofrece sacrificios en nombre del pueblo, clamando a Dios por liberación (1 Samuel 7:9). Su intercesión lleva a la intervención divina, derrotando al enemigo. Más adelante, cuando Israel demanda un rey, Samuel percibe esto como un rechazo del reinado de Dios. Sin embargo, en lugar de retirarse, se compromete a orar por el pueblo: “Y en cuanto a mí, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros” (1 Samuel 12:23). La persistente intercesión de Samuel, incluso ante la desobediencia de Israel, refleja la misma mediación sacerdotal vista en Abraham y Moisés, en contraste con la obediencia más individualista de Noé.
La diferencia entre la justicia de Noé y el enfoque de los patriarcas radica en su postura relacional hacia Dios. La obediencia de Noé, aunque ejemplar, es principalmente personal y orientada a una tarea específica, centrada en preservar a su familia y al orden creado. Los patriarcas, sin embargo, encarnan un papel más amplio y mediador, acercándose a Dios en nombre de otros—ya sea Sodoma, Israel o generaciones futuras. Esto se alinea con el propósito del pacto con Israel de ser luz para las naciones (Isaías 42:6), un rol que requiere no solo obediencia, sino también intercesión e influencia. La justicia de Noé, aunque profunda, no se extiende a esta función sacerdotal, la cual es central en la identidad de Israel.
Además, la disposición de los patriarcas a luchar con Dios refleja una confianza más profunda en Su carácter. El diálogo de Abraham parte del supuesto de la justicia y misericordia divinas, lo que le permite suplicar por los justos en Sodoma. La lucha de Jacob busca una bendición, confiando en el poder transformador de Dios. La intercesión de Moisés apela a la fidelidad de Dios al pacto. Estas interacciones revelan una fe que se atreve a comprometerse con la voluntad divina, no por desafío, sino por confianza en Su naturaleza relacional. El silencio de Noé, aunque obediente, carece de esta dimensión de diálogo, situándolo fuera del linaje del pacto encargado de mediar la presencia de Dios en el mundo.
Esto no es para disminuir la importancia de Noé. Su justicia preservó a la humanidad y a la creación, convirtiéndolo en una figura crucial en el plan redentor de Dios. Las naciones, representadas por los descendientes de Noé, siguen siendo parte integral de los propósitos divinos, como se ve en la promesa hecha a Abraham de que en su simiente serían benditas todas las naciones (Génesis 22:18). Sin embargo, el llamado único de Israel como nación sacerdotal requiere una fe que combine obediencia con intercesión, sumisión con lucha. Abraham, Jacob, Moisés y Samuel ejemplifican esto, sus vidas entretejidas en el tejido de la identidad de Israel como el pueblo escogido de Dios.
En conclusión, la justicia de Noé, aunque incomparable, refleja una obediencia solitaria que contrasta con la fe relacional e intercesora de los patriarcas. La disposición de estos últimos a luchar con Dios, interceder por otros y comprometerse con los propósitos divinos los posiciona como los fundadores de Israel, una nación llamada a mediar la presencia de Dios. A través de sus ejemplos, vemos que la verdadera fe del pacto implica no sólo someterse a la voluntad divina, sino también atreverse a dialogar con Él, confiando en Su justicia y misericordia para moldear el destino de las naciones.