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Reading: Abraham, el intercesor
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Oración

Abraham, el intercesor

Descubre la verdadera fe a través del desafío de Abraham a su Dios.

Esperanza Viveros
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En la narrativa bíblica de Génesis 18:23–33, Abraham surge como una figura profunda de intercesión, entablando un diálogo audaz pero humilde con Dios acerca del destino de Sodoma y Gomorra. Este pasaje, rico en implicaciones teológicas y éticas, muestra el ruego de Abraham apelando a la justicia y rectitud de Dios, revelando no sólo su carácter, sino también conceptos fundamentales que resuenan a través de las tradiciones judía y cristiana. El diálogo, centrado en la súplica de Abraham de perdonar a las ciudades por causa de los justos, introduce temas de misericordia divina, fragilidad humana, y el poder redentor —a menudo pasado por alto— de una minoría justa.

El contexto del diálogo

La narrativa se desarrolla cuando Abraham, habiendo discernido la naturaleza divina de sus tres visitantes, se presenta ante Dios para interceder por Sodoma, una ciudad enfrentando un juicio inminente debido a su maldad generalizada. Génesis 18:23–33 registra la audaz pero reverente conversación de Abraham con Dios, donde él pregunta si el Señor destruiría al justo junto con el impío. Este momento no es meramente una negociación, sino una exploración teológica del carácter de Dios como el “Juez de toda la tierra” (Gn. 18:25). La súplica de Abraham se arraiga en su comprensión de la justicia divina, la cual excluye el castigo indiscriminado del inocente junto con el culpable.

La frase hebrea חָלִלָה לְּךָ (chalilah lekha), traducida como “lejos de ti el hacer tal” en Génesis 18:25, es una expresión poderosa de protesta. Transmite un sentido de incredulidad de que Dios actuara en contra de Su propia naturaleza. Todas las posibles traducciones de esta frase (“nunca sea”, “lejos esté de Ti” o “Dios no lo permita”) subrayan la convicción de Abraham de que Dios es el juez justo de toda la tierra. En el texto, Abraham declara:

חָלִלָה לְּךָ מֵעֲשֹׂת כַּדָּבָר הַזֶּה לְהָמִית צַדִּיק עִם־רָשָׁע וְהָיָה כַצַּדִּיק כָּרָשָׁע חָלִלָה לָּךְ הֲשֹׁפֵט כָּל־הָאָרֶץ לֹא יַעֲשֶׂה מִשְׁפָּט

“Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. ¿El Juez de toda la tierra, no ha de hacer lo que es justo?” (Gn. 18:25)

Esta pregunta retórica establece el marco moral del diálogo, presentando a Dios como el árbitro supremo de la justicia, cuyas acciones deben estar en armonía con Su carácter recto. El uso de חָלִלָה לְּךָ (chalilah lekha) por parte de Abraham no es un desafío a la autoridad de Dios, sino una apelación a Su integridad, instándolo (¡de hecho exigiendo!) a actuar conforme a Su naturaleza. Abraham se negó a creer lo contrario.

La humildad de Abraham y su conexión tipológica con Adán.

A medida que el diálogo progresa, Abraham reconoce su propia bajeza, describiéndose a sí mismo como אָנֹכִי עָפָר וָאֵפֶר (anokhi afar va-efer), traducido como “polvo y ceniza” (Gn. 18:27). Esta frase es significativa, pues conecta a Abraham con la creación de Adán en Génesis 2:7, donde Dios forma a la humanidad del polvo de la tierra:

וַיִּיצֶר יהוה אֱלֹהִים אֶת־הָאָדָם עָפָר מִן־הָאֲדָמָה

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo (afar) de la tierra.” (Gn. 2:7)

Al invocar esta imagen, Abraham enfatiza su humildad y mortalidad, reconociendo su lugar como ser creado ante el Creador. Esta autodescripción no es mera retórica, sino una declaración teológica que alinea a Abraham con Adán. Como Adán, Abraham es una figura representativa, que se pone en la brecha por otros y encarna la dependencia humana de la gracia divina. Su humildad es evidente cuando se atreve a hablar con Dios, diciendo:

הִנֵּה־נָא הוֹאַלְתִּי לְדַבֵּר אֶל־אֲדֹנָי וְאָנֹכִי עָפָר וָאֵפֶר

“He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza.” (Gn. 18:27)

Este equilibrio entre humildad y audacia refleja la profunda fe de Abraham en el buen carácter de Dios y su disposición para involucrarse con la justicia divina en favor de otros. Su conexión con Adán resalta su papel como intercesor, abogando por la preservación de una comunidad, así como Adán fue encargado de cuidar la creación.

La teología de la minoría justa

En el centro de la intercesión de Abraham está la idea revolucionaria de que una minoría justa puede producir liberación para la mayoría injusta. En lugar de pedir que los justos sean librados y los malvados castigados, Abraham suplica que toda la ciudad sea perdonada por causa de unos pocos justos en ella. En Génesis 18:26 leemos:

וַיֹּאמֶר יהוה אִם־אֶמְצָא בִסְדֹם חֲמִשִּׁים צַדִּיקִם בְּתוֹךְ הָעִיר וְנָשָׂאתִי לְכָל־הַמָּקוֹם בַּעֲבוּרָם

“Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos.” (Gn. 18:26)

El desafío de Abraham a Dios continúa mientras él reduce gradualmente el número de justos necesarios para salvar a Sodoma: de cincuenta a cuarenta y cinco, luego cuarenta, treinta, veinte y finalmente diez (Gn. 18:28–32):

אוּלַי יַחְסְרוּן חֲמִשִּׁים הַצַּדִּיקִם חֲמִשָּׁה הֲתַשְׁחִית בַּחֲמִשָּׁה אֶת־כָּל־הָעִיר וַיֹּאמֶר לֹא אַשְׁחִית אִם־אֶמְצָא שָׁם אַרְבָּעִים וַחֲמִשָּׁה

“Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la ciudad? Y dijo: No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco.” (Gn. 18:28)

Cada paso refleja la esperanza persistente de Abraham de que aun un pequeño número de justos sería suficiente para redimir toda la ciudad. Esta progresión dio origen a los conceptos judíos de los méritos de los padres (Abraham, Isaac y Jacob) y del minyán, el quórum de diez hombres requerido para ciertas oraciones comunitarias. La idea es que un pequeño grupo de individuos justos puede representar y sostener a una comunidad delante de Dios, haciendo eco de la súplica de Abraham por Sodoma. Este concepto judío de una minoría justa también es afirmado por el Nuevo Testamento, que declara: “La oración eficaz del justo puede mucho.” (Santiago 5:16)

Sin embargo, la narrativa también revela los límites de la intercesión de Abraham. A pesar de sus ruegos, Sodoma finalmente es destruida porque no se hallaron ni siquiera diez justos (Gn. 19). Este resultado no invalida la intercesión de Abraham, sino que subraya la realidad del pecado humano y la necesidad del juicio divino cuando la justicia está ausente. La destrucción de Sodoma sirve como un recordatorio solemne de que, aunque Dios es misericordioso, Su justicia no puede ser comprometida cuando la maldad prevalece.

Jesús como una comunidad justa de uno solo

El ejemplo supremo de los méritos y del poder intercesor de una minoría justa es Jesucristo. Su perfecta justicia le permitió ofrecerse a sí mismo como sacrificio delante de Dios, creando un camino nuevo y vivo para que los pecadores fueran reconciliados con el Padre. A través de Su acto desinteresado, Cristo demostró el profundo impacto de la intercesión de un solo justo, cerrando la brecha entre la humanidad y la aceptación divina. Su sacrificio no sólo expió el pecado, sino que también estableció una vía para que todos accedieran a la gracia de Dios, mostrando el poder incomparable de Su justicia.

Conclusión

El texto sagrado que estudiamos revela a Abraham como una piedra angular de la narrativa bíblica, una figura cuya vida prefigura el radiante papel del Mesías como nuestro Salvador y Redentor. Su apelación audaz a la justicia y rectitud de Dios, entretejida con profunda humildad, refleja una comprensión profunda de la santidad divina y de la fragilidad humana. De este pasaje surge la inspiradora teología de la minoría justa, que ilumina el poder transformador de aun unas pocas almas fieles, señalando en última instancia a Cristo, nuestro Redentor eterno. La ferviente intercesión de Abraham nos invita a abrazar la dinámica interacción entre la justicia y la misericordia, instándonos a valorar el inmenso poder de nuestras oraciones intercesoras —tanto las que ofrecemos como las que se elevan a nuestro favor—. ¡Que su ejemplo encienda nuestros corazones para orar con fe inquebrantable, valentía y compasión!

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
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