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Reading: El Shema como clave de la teología de Pablo
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Dr. Eli © All rights reserved
Apóstol Pablo

El Shema como clave de la teología de Pablo

Pablo parece contradecirse a sí mismo. Pero, ¿es también posible que lo hayamos estado interpretando mal todo este tiempo?

Esperanza Viveros
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Hace unos 10 años experimenté un cambio sísmico en cómo entendía al apóstol Pablo. Como muchos, me había acostumbrado a sus contradicciones, atribuyéndolas a misterios divinos que nunca podría descifrar. Eso funcionó por un tiempo, pero eventualmente me golpeó con fuerza una sensación persistente: estaba perdiéndome de algo enorme. Había leído a Pablo de manera esporádica, y los versículos icónicos que memoricé hace décadas todavía moldeaban mi vida. Pero, siendo honesto, evitaba enfrentarme con él. ¿Mi relación con Pablo? Tirante, en el mejor de los casos. Su lógica me parecía contradictoria, incluso escandalosa, y no podía seguirla. Cuando hablaba de él en público—generalmente sobre Romanos 11—me apoyaba en el comentario del apóstol Pedro de que las cartas de Pablo eran «difíciles de entender» (2 Pedro 3:16). Esa era mi salida fácil. Pero ese capítulo se cerró. Llegó un gran avance, y una conexión más profunda con Pablo reemplazó la confusión. Esto se lo debo a Mark Nanos, un judío reformado con un profundo interés en el Pablo histórico. Aunque diferimos en cuanto a la identidad de Jesús y las afirmaciones de Pablo sobre Él, coincidimos casi totalmente en quién fue Pablo, el núcleo de su teología y cómo ésta moldeó cada carta que escribió a las naciones. Que dos judíos concuerden en tanto no es cosa menor. Pronto hablaré más de esto.

Shema y Henoteísmo

Hace un siglo, los eruditos acuñaron términos para aclarar las visiones antiguas sobre lo divino: monoteísmo, politeísmo y henoteísmo. El monoteísmo insiste en que existe un solo dios. El politeísmo acepta múltiples dioses. El henoteísmo, la visión dominante en la antigüedad, reconoce la existencia de muchos dioses pero exalta a uno como supremo—Dios de dioses, Señor de señores. Éste es el lente para entender la mayor parte de la Biblia hebrea y del Nuevo Testamento.

A diferencia del mundo actual, donde los debates giran en torno a qué interpretación de Dios seguir (judaísmo, cristianismo, islam), los antiguos, en un mundo henoteísta, se obsesionaban con cuál de las incontables entidades celestiales merecía devoción total. Los Diez Mandamientos (o Diez Palabras en la tradición judía) no negaban la existencia de otros dioses; prohibían adorarlos junto con el Dios de Israel, יהוה (YHWH), el nombre santo impronunciable. La Biblia hebrea asume que existen otros dioses, pero exige la lealtad exclusiva de Israel a YHWH. Consideremos estos textos:

«No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20:3).

«Porque Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses» (Salmo 95:3).

«Adorad a él todos los dioses» (Salmo 97:7).

«¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses?» (Éxodo 15:11).

En la tradición judía actual, el Shema no sólo es importante: es central. Como veremos, también lo fue para Pablo. Deuteronomio 6:4 declara:

שְׁמַע יִשְׂרָאֵל יהוה אֱלֹהֵינוּ יהוה אֶחָד

Shema Yisrael, Adonai Eloheinu, Adonai echad

«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es»

Shema, Trinidad y Metatrón

Para captar las afirmaciones de Pablo en el Nuevo Testamento, necesitamos un lente judío sobre la teología cristiana. Algunos cristianos modernos, al enfatizar las raíces judías del Nuevo Testamento, notan que el Shema usa echad (unidad compuesta) en lugar de yachid (unidad exclusiva), sugiriendo que alude a la Trinidad—Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Yo defino la Trinidad así: el único Dios de Israel existe eternamente en tres personas, iguales en naturaleza, poder y gloria (Trinidad Ontológica), aunque el Hijo y el Espíritu son funcionalmente subordinados al Padre (Trinidad Económica). Esta construcción cristiana posterior (siglo II–III d.C.) tiene raíces en la Biblia hebrea y en el Nuevo Testamento. (Para más, véase mi libro El Evangelio judío de Juan: Descubriendo a Jesús, Rey de todo Israel).

Sin embargo, este debate sobre la Trinidad es una fijación moderna. Los israelitas antiguos no luchaban con ideas trinitarias. Sí reflexionaban sobre la pluralidad divina, pero en un sentido binario (Padre e Hijo), como en Daniel 7:9–14. Los textos rabínicos, como aquellos sobre el «Ángel Metatrón» (un equivalente judío al «Ángel de Jehová» cristiano), reflejan esto. Metatrón es llamado un «YHWH menor» en 3 Enoc 12:1–5 y se le describe sentado en el cielo, lo que causaba tensión teológica (Talmud, Hagigah 14b–15b). El judaísmo rabínico degradó a Daniel de la categoría de «Profetas» a «Escritos» en parte para contrarrestar el uso cristiano temprano, a diferencia de la Septuaginta (LXX), que colocaba a Daniel entre los Profetas.

Shema y Pablo

La verdadera pregunta no es cómo interpretamos nosotros el Shema, sino cómo lo hizo Pablo. Para él, éste encapsulaba dos ideas:

1. La unicidad del pacto de Israel («Jehová nuestro Dios»)

2. La futura unidad de Israel y las naciones («Jehová uno es»).

El mundo de Pablo no era monoteísta como el nuestro, moldeado por las religiones abrahámicas. Los antiguos consideraban extraño el monoteísmo. Mark Nanos, en Paul and the Jewish Tradition: The Ideology of the Shema, sostiene que el Shema fue central para el evangelio de Pablo. Él lo veía como afirmación del papel único de Israel y de la eventual unidad de Israel y las naciones bajo un solo Dios. Y no estaba solo. Otros pensadores judíos, de entonces y posteriores, compartieron esta visión, citando a menudo Zacarías 14:9:

«Jehová, nuestro Dios» sobre Israel; «Jehová uno» sobre toda la creación (Sifre sobre Deut. 6:4, siglo III d.C.).

«Jehová que es nuestro Dios ahora, pero que aún no es el Dios de las naciones, será el único Señor» (Rashi sobre Deut. 6:4, siglo XI d.C.).

¿La diferencia clave? Pablo y los primeros seguidores judíos de Jesús creían que los «últimos días» del ingreso de las naciones al Dios de Israel ya habían comenzado. La mayoría de los judíos decía: «Todavía no». La visión apocalíptica de Pablo—creer que el fin de las edades había amanecido—impulsaba su convicción de que los gentiles, por medio de Jesús el Mesías, se unían al Dios de Israel sin convertirse en judíos. Esto llevó al Concilio de Jerusalén (Hechos 15) a rechazar exigir la conversión gentil al judaísmo, a diferencia del paradigma de Rut (Rut 1:16). Los gentiles podían permanecer gentiles, como Naamán (2 Reyes 5), adorando plenamente al Dios de Israel.

Nanos sugiere que las «iglesias gentiles» de Pablo eran coaliciones judías de no judíos que seguían a Jesús. «Judío» describe el comportamiento (judaísmo), mientras que «judíos» son quienes nacen judíos o se convierten. Esta distinción es crucial.

El Shema como el corazón de la teología de Pablo

¿Por qué Pablo, un fariseo observante de la Torá, insistía en que los gentiles en la coalición judía evitaran la conversión? Simple: él creía que la resurrección de Jesús como Mesías marcaba la era en la que el Dios de Israel se volvía Dios de todos—Israel y las naciones. En Romanos 3:29–31, Pablo escribe:

«¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley».

Para Pablo, el Shema significaba el gobierno de Dios sobre ambos grupos, justificando al circunciso (Israel) y al incircunciso (naciones). Esto validaba la Torá. «Circuncisión» simbolizaba la conversión judía completa; «Shema» resumía la esencia de la Torá. La unidad del Shema impulsa la teología de Pablo en otros lugares, como Efesios 3:16–19, donde ora para que los creyentes gentiles comprendan el amor de Cristo junto con los judíos, o 1 Corintios 8:4–6, reconociendo a muchos «dioses» pero afirmando un solo Dios y un solo Señor, Jesús.

La visión de Pablo, reflejada en Hechos 15:28–29, se alineaba con Levítico 17–21, permitiendo que los gentiles adoraran al Dios de Israel como gentiles. Los judíos continuaban como judíos. Ambos grupos, por la fe en Jesús, sostenían la Torá, demostrando su verdad. La regla de Pablo—ningún cambio de estatus (1 Cor. 7:17–20)—garantizaba esto. Circuncisión o incircuncisión no importaban; lo que importaba era obedecer los mandamientos de Dios. La conversión amenazaba la verdad de la Torá: si los gentiles se hacían judíos, Dios no sería reconocido como Dios de todos.

La visión judía radical de Pablo

La convicción de Pablo de que el tiempo de la adoración conjunta había llegado lo distinguía. La mayoría de los judíos aguardaba ese día; Pablo creía que ya estaba aquí. Esto impulsó su misión: judíos y gentiles, distintos pero unidos, adorando a un solo Dios por medio de Jesús. El marco de Nanos revela a Pablo como un judío observante de la Torá, no como fundador de una nueva religión. Sus iglesias eran espacios judíos para gentiles, cumpliendo la promesa del Shema. Entender esto transforma la manera en que leemos a Pablo, resolviendo sus «contradicciones» y revelando una teología judía coherente, radical y centrada en el Shema.

 

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
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