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Reading: Elisabet y Sara: Paralelismos de fe en el Evangelio de Lucas.
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María

Elisabet y Sara: Paralelismos de fe en el Evangelio de Lucas.

¿Alguna vez has considerado estas historias paralelas y cuál es la razón de que sean contadas?

Esperanza Viveros
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El Evangelio de Lucas entreteje de manera intrincada las historias de María, Elisabet y sus contrapartes del Antiguo Testamento, particularmente Sara, para resaltar la fidelidad de Dios a Su pacto con Israel. La narración de Elisabet y Zacarías en Lucas 1 refleja la historia de Abraham y Sara, enfatizando los temas de justicia, concepción milagrosa y cumplimiento de la promesa divina. Este artículo explora estos paralelismos, enfocándose en cómo la historia de Elisabet refuerza la identidad judía de María y el contexto judío más amplio del Evangelio de Lucas.

Lucas 1:5-7 introduce a Elisabet y Zacarías como judíos justos, “andando irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.” Esta descripción hace eco de la representación de Abraham y Sara, quienes también fueron justos delante de Dios (Génesis 15:6). Como Sara, Elisabet enfrenta el estigma de la infertilidad, un desafío significativo en una cultura donde tener hijos era señal de bendición divina (Génesis 16:2). La avanzada edad de ambas parejas—Abraham y Sara en Génesis 17:17, y Elisabet y Zacarías en Lucas 1:7—prepara el escenario para la intervención milagrosa de Dios, un motivo recurrente en las Escrituras judías donde Dios vence las limitaciones humanas para cumplir Sus promesas.

La aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el Templo (Lucas 1:8-20) corre en paralelo con los anuncios divinos a Abraham y Sara (Génesis 18:1-15). Tanto Zacarías como Sara inicialmente expresan incredulidad ante la promesa de un hijo debido a su edad (Lucas 1:18; Génesis 18:12), sin embargo, Dios permanece fiel. La mudez temporal de Zacarías (Lucas 1:20) sirve como señal de disciplina divina, semejante a la risa inicial de Sara, pero ambas historias culminan en el nacimiento de hijos prometidos—Isaac y Juan—quienes desempeñan papeles fundamentales en el plan de Dios. Estos paralelismos subrayan la continuidad de la fidelidad del pacto de Dios a través de las generaciones, un tema central en la teología judía.

La historia de Elisabet sirve como un puente hacia la de María, reforzando el contexto judío de sus experiencias compartidas. En Lucas 1:36, Gabriel informa a María del embarazo de Elisabet, presentándolo como evidencia de que “nada hay imposible para Dios.” Esta conexión introduce a María en el mismo arco narrativo que Sara y Elisabet, donde la intervención divina supera la imposibilidad humana. El recogimiento de Elisabet por cinco meses (Lucas 1:24) refleja el embarazo oculto de Sara (Génesis 21:2), enfatizando lo sagrado de la obra de Dios en sus vidas. Cuando María visita a Elisabet, el saludo profético de esta (Lucas 1:41-45) confirma el papel de María como madre del Mesías, vinculando sus historias a la esperanza judía más amplia de redención.

El carácter judío de la historia de Elisabet es evidente en su contexto sacerdotal y en el escenario del Templo. Zacarías, un sacerdote de la clase de Abías, cumple sus deberes en el Templo de Jerusalén, institución central en la vida judía (Lucas 1:8-10). La descripción detallada de las prácticas del Templo, como el incienso, sugiere el conocimiento íntimo de Lucas sobre el ritual judío, desafiando la suposición de su autoría gentil. Elisabet, como hija de Aarón (Lucas 1:5), encarna el linaje sacerdotal, conectándola con el sacerdocio pactal establecido en Éxodo 28. Su justicia y apego a la Torah la alinean con las mujeres fieles de Israel, como Ana, cuya oración por un hijo (1 Samuel 1:11) anticipa la experiencia de Elisabet.

Los paralelismos entre Elisabet y Sara se extienden a sus papeles como madres de precursores. Isaac, nacido de Sara, se convierte en heredero del pacto abrahámico, por medio de quien se cumplen las promesas de Dios a Israel (Génesis 21:12). De manera semejante, Juan, nacido de Elisabet, es el precursor del Mesías, preparando el camino para Jesús en el espíritu de Elías (Lucas 1:17; Malaquías 4:5-6). Ambas mujeres, a través de sus concepciones milagrosas, participan en el plan redentor de Dios, encarnando la esperanza judía de restauración divina.

La interacción de María con Elisabet resalta aún más estos paralelismos. El reconocimiento de Elisabet de que María es “bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1:42) hace eco del honor dado a Sara como madre de naciones (Génesis 17:16). El nombre Elisabet (Elisheva en hebreo, que significa “Mi Dios es fiel”) la conecta con la Elisheva del Antiguo Testamento, esposa de Aarón (Éxodo 6:23), reforzando su herencia sacerdotal. De manera semejante, el nombre de María (Miriam en hebreo) la vincula con la hermana de Moisés, una profetisa que guió a Israel en la alabanza (Éxodo 15:20-21). Estos nombres compartidos subrayan la continuidad de la fe entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, con María y Elisabet encarnando la misma confianza en las promesas de Dios que sus predecesoras.

El Magníficat (Lucas 1:46-55) vincula aún más a María con la tradición judía de mujeres fieles como Sara y Ana. Sus paralelismos con la oración de Ana (1 Samuel 2:1-10) enfatizan la justicia de Dios al invertir las fortunas humanas—exaltando a los humildes y humillando a los soberbios. La declaración de María de que “todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lucas 1:48) refleja su conciencia de su papel en la historia pactal de Israel, semejante al legado de Sara como madre del pueblo escogido de Dios. Esta oración sitúa a María dentro de la tradición profética judía, donde mujeres como Débora y Miriam proclamaron las alabanzas de Dios (Jueces 5:1-31; Éxodo 15:21).

El trasfondo judío de estos acontecimientos es crucial. Nazaret y Belén, donde se desarrollan las historias de María y Elisabet, están impregnados de esperanza mesiánica judía. Nazaret puede derivar su nombre del hebreo “netzer” (retoño), un título mesiánico en Isaías 11:1, mientras que Belén es la ciudad de David, vinculada al reino eterno prometido (2 Samuel 7:16). El pesebre, un humilde comedero, se conecta con el nombre de Belén (“Casa de Pan”) y anticipa el papel de Jesús como sustento espiritual, enraizado en las imágenes judías de la Pascua.

El papel profético de Elisabet al reconocer el llamamiento divino de María (Lucas 1:41-45) refleja la fe de Sara en la promesa de Dios a pesar de la duda inicial. Ambas mujeres, a través de sus embarazos milagrosos, dan testimonio del poder de Dios para cumplir Su palabra. Sus historias convergen en María, cuyo parto virginal cumple la promesa suprema de un Mesías. La narración de Lucas presenta así a Elisabet y a María como herederas del legado de Sara, encarnando la fe judía que confía en las promesas pactales de Dios.

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
INVITACIÓN PARA UNA ENTREVISTA
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