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Reading: La enseñanza de Jesús sobre los juramentos: un llamado a la veracidad arraigado en la Torah
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Evangelios

La enseñanza de Jesús sobre los juramentos: un llamado a la veracidad arraigado en la Torah

¿Cómo puede Jesús prohibir jurar si la Torah lo mandó?

Esperanza Viveros
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La declaración de Jesús en Mateo 5:34–37, parte del Sermón del Monte, es con frecuencia interpretada como una prohibición total de jurar, exhortando a los creyentes a abrazar una sencillez veraz: “Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no.” Sin embargo, esta interpretación corre el riesgo de simplificar en exceso una enseñanza profundamente arraigada en su contexto judío. Más que introducir un mandamiento novedoso, Jesús reafirma y reenfoca los principios de la Torah sobre la veracidad, la santidad del nombre de Dios, y la integridad del habla humana. Al examinar las prácticas históricas del juramento, el trasfondo escritural y las implicaciones teológicas, podemos entender mejor las palabras de Jesús como un llamado a limitar los juramentos a circunstancias extraordinarias, jurar únicamente por el nombre de Dios cuando sea necesario, y dar prioridad a una honradez sin adornos en la vida cotidiana.

El contexto de los juramentos en el Israel antiguo

En el Israel antiguo, los juramentos y votos eran compromisos serios, que a menudo invocaban la autoridad divina para garantizar la verdad de una declaración o el cumplimiento de una promesa. La Torah provee directrices claras para tales prácticas. Números 30:2 declara: “Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca.” Esto subraya el carácter vinculante de los juramentos, particularmente aquellos hechos en el nombre de Dios. De manera similar, Éxodo 20:7, el tercer mandamiento, prohíbe tomar el nombre de Jehová en vano, lo cual incluye usarlo de manera frívola o falsa en los juramentos. Estos textos establecen que los juramentos no eran asuntos casuales; eran actos sagrados destinados a reflejar la relación de pacto entre Dios y Su pueblo.

Sin embargo, para el período del Segundo Templo, el juramento se había vuelto más complejo. Fuentes judías, tales como la Mishnah (por ejemplo, Shevuot 3–4), revelan que la gente con frecuencia juraba por entidades menores—el cielo, la tierra, Jerusalén, o incluso objetos personales—para evitar todo el peso de invocar el nombre de Dios. Estos “juramentos sustitutos” eran considerados menos vinculantes, lo que permitía a las personas hacer promesas con resquicios legales. Por ejemplo, jurar “por el cielo” podía considerarse menos obligatorio que jurar “por Jehová,” creando una jerarquía de juramentos que socavaba su propósito. Esta práctica fomentaba la deshonestidad, pues las personas podían hacer declaraciones grandilocuentes sin intención de cumplirlas, explotando tecnicismos para evadir la responsabilidad.

La enseñanza de Jesús en Mateo 5:34–37 aborda directamente este abuso. Él enumera entidades específicas a menudo usadas en juramentos—“el cielo,” “la tierra,” “Jerusalén,” e incluso “vuestra cabeza”—y las declara inválidas como bases para jurar. ¿Por qué? Porque cada una está íntimamente relacionada con Dios: el cielo es Su trono, la tierra estrado de Sus pies, Jerusalén la ciudad del gran Rey, y aun la cabeza de uno está bajo la soberanía divina. Al invocar estas cosas, la gente invocaba indirectamente a Dios mientras pretendía evitar Su nombre, una forma de hipocresía que Jesús condena. Su punto no es prohibir todos los juramentos, sino exponer la futilidad del juramento evasivo y redirigir a los creyentes a la intención original de la Torah: la veracidad y la reverencia al nombre de Dios.

La enseñanza de Jesús como un retorno a la Torah

Lejos de abolir el juramento, Jesús recuerda el énfasis de la Torah en la integridad. En Mateo 5:17, Él declara: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.” Su enseñanza acerca de los juramentos se alinea con esta misión. La Torah permitía e incluso requería juramentos en ciertos contextos, tales como procedimientos legales (Éx. 22:11) o compromisos de pacto (Gén. 21:23–24). Sin embargo, demandaba que los juramentos se hicieran solemnemente y se cumplieran con fidelidad. Deuteronomio 6:13 instruye: “A Jehová tu Dios temerás, y a él servirás, y por su nombre jurarás,” enfatizando que solo el nombre de Dios tiene la autoridad para obligar un juramento.

La prohibición de Jesús de jurar “por el cielo, por la tierra, o por Jerusalén” refuerza este principio. Al enumerar estos sustitutos, Él desmantela los resquicios legales que permitían a la gente hacer promesas insinceras. Su mandato de “no juréis en ninguna manera” no es absoluto, sino hiperbólico, un recurso retórico común en la enseñanza judía para enfatizar un punto. El núcleo de Su instrucción se halla en el versículo 37: “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.” La frase “de mal procede” sugiere que el juramento excesivo o evasivo surge de un corazón engañoso, reflejando la preocupación de la Torah por la veracidad (Lev. 19:11–12).

Esta interpretación está respaldada por otros textos bíblicos. El Salmo 63:11 declara: “Pero el rey se alegrará en Dios; será alabado cualquiera que por él jurare; porque la boca de los que hablan mentira será cerrada,” afirmando que los juramentos hechos en el nombre de Dios son honorables cuando son veraces. De manera similar, el profeta Jeremías advierte contra los falsos juramentos, diciendo: “Aunque digan: Vive Jehová; juran falsamente” (Jer. 5:2). Estos pasajes subrayan que el problema no es el acto de jurar, sino la integridad que lo respalda. La enseñanza de Jesús, por lo tanto, llama a los creyentes a un estándar más alto: hablar con tal honradez que los juramentos se vuelvan en gran medida innecesarios.

Los juramentos en el Nuevo Testamento: el ejemplo de Pablo

El Nuevo Testamento aclara aún más que la enseñanza de Jesús no prohíbe todos los juramentos. El apóstol Pablo, judío devoto y seguidor de Cristo, invoca a Dios como testigo en múltiples ocasiones. En Gálatas 1:20, defendiendo su integridad apostólica, escribe: “En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento.” De manera similar, en 2 Corintios 1:23 declara: “Mas yo invoco a Dios por testigo sobre mi alma, que por ser indulgente con vosotros no he pasado todavía a Corinto.” Estos ejemplos demuestran que Pablo, formado en las enseñanzas de Jesús, no vio contradicción en jurar por el nombre de Dios en circunstancias extraordinarias donde la verdad necesitaba afirmación.

Aun el mismo Jesús responde a un juramento en un contexto legal. Durante Su juicio ante el sumo sacerdote, cuando fue conjurado “por el Dios viviente” a declarar si Él era el Mesías, Jesús responde directamente (Mat. 26:63–64). Su silencio hasta ese momento y Su respuesta veraz sugieren que Él respetaba la solemnidad de un juramento hecho en el nombre de Dios, aun si criticaba su uso casual. Estas instancias indican que la enseñanza de Jesús tiene como fin restringir los juramentos a situaciones raras y necesarias, asegurando que se hagan con reverencia y verdad.

Implicaciones teológicas: la verdad como reflejo del carácter de Dios

El énfasis de Jesús en una simple veracidad—“Sí, sí” o “No, no”—tiene profundas implicaciones teológicas. En el Sermón del Monte, Él llama a Sus seguidores a una justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos (Mat. 5:20), no por medio de rituales externos, sino mediante una transformación interior. El hablar veraz refleja el carácter de Dios, pues Dios mismo es verdad (Jn. 14:6). Cuando los creyentes hablan con honestidad, encarnan la imagen divina y cumplen el llamado del pacto a ser un pueblo santo (Éx. 19:6).

El mal uso de los juramentos, por el contrario, se alinea con “el mal” porque distorsiona la verdad de Dios. En la cosmovisión judía, las palabras tienen poder creador, evocando el acto de Dios al hablar el mundo a la existencia (Gén. 1:3). Los juramentos falsos o frívolos abusan de ese poder, socavando la confianza y la comunidad. La enseñanza de Jesús, por tanto, restaura la sacralidad del habla humana, instando a los creyentes a alinear sus palabras con sus acciones y sus corazones con la voluntad de Dios.

Aplicación práctica: los juramentos en circunstancias extraordinarias

Aunque Jesús da prioridad a la veracidad sobre el juramento, no elimina por completo la posibilidad de jurar. El registro bíblico sugiere que los juramentos permanecen permitidos en circunstancias extraordinarias, tales como el testimonio legal, los acuerdos de pacto o momentos que requieren afirmación solemne. Sin embargo, deben hacerse únicamente en el nombre de Dios, con un compromiso total a su cumplimiento. Este principio es evidente en Hebreos 6:16–17, donde se observa que los hombres juran por uno mayor para confirmar lo prometido, y Dios mismo juró a Abraham para garantizar Su pacto (Gén. 22:16–18).

Para los creyentes modernos, esta enseñanza desafía el uso casual de promesas o de seguridades exageradas (“¡Te juro que lo haré!”). En su lugar, llama a la integridad en el hablar cotidiano, donde la palabra de uno sea confiable sin necesidad de adornos. En casos raros, tales como el testimonio en un tribunal o los votos sagrados (como el matrimonio), los juramentos pueden seguir teniendo un propósito, siempre y cuando se hagan con reverencia y veracidad.

Conclusión

La enseñanza de Jesús sobre los juramentos en Mateo 5:34–37 no es un rechazo del juramento, sino una reforma de su práctica. Arraigado en el llamado de la Torah a la veracidad y a la reverencia por el nombre de Dios, Él critica el juramento evasivo y deshonesto de Su tiempo, instando a los creyentes a limitar los juramentos a situaciones extraordinarias y a jurar únicamente por Dios. Sobre todo, Él eleva la simple honestidad, donde el “Sí” sea sí y el “No” sea no, como el sello de un corazón transformado. Esta enseñanza nos desafía a reflejar la verdad de Dios en nuestras palabras, fomentando confianza e integridad en nuestras relaciones y comunidades.

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
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