A medida que el año judío llegaba a su fin, nuestra comunidad se reunió para observar Yom Kippur, el Día de la Expiación—un día cargado de significado, solemnidad y esperanza. No se trataba simplemente de otra reunión. Era un momento sagrado, una pausa colectiva para buscar perdón, reflexionar sobre nuestras fallas y apoyarnos en la misericordia de Dios. Nuestra sinagoga local, abarrotada, no podía acomodarnos a todos, así que nos trasladamos al centro comunitario del pueblo, ubicado justo unos metros más adelante. El cuarto era pequeño, pero el ambiente estaba lleno de respeto. A lo largo del día, mientras oraciones y lecturas llenaban el aire, un estribillo seguía elevándose por encima del resto—un canto hebreo que hacía eco de las palabras que Dios habló a Moisés en un momento de revelación divina (Éxodo 34:6-7). Esas palabras, entonadas con fervor, llevaban una verdad acerca de Dios que es profunda y, francamente, un tanto peculiar.
El corazón de este canto proviene de un pasaje donde Dios se describe a sí mismo, pasando frente a Moisés mientras lo protege del peso total de la gloria divina. Es uno de los autorretratos más impresionantes de la Escritura: “Jehová, Jehová, Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éxodo 34:6-7). Pero dentro de esta declaración se esconde una frase hebrea que no sobrevive del todo el salto al español. Dios se llama a sí mismo erech apaim (אֶרֶךְ אַפַּיִם), pronunciado aproximadamente “eh-rekh ah-pai-yim.” Esta frase es una joya. Literalmente, erech apaim significa “largo de nariz.” Sí, leíste bien. Dios tiene una “nariz” larga. En plural, de hecho. ¿Qué sucede con eso?
Antes de que imagines a Dios con una nariz cómicamente gigantesca, vamos a desmenuzar esto. En el hebreo antiguo, el lenguaje era vívido, físico y lleno de imágenes. A diferencia de nuestros términos abstractos en español, el hebreo conectaba con frecuencia las emociones con el cuerpo. Cuando alguien se frustraba, su rostro se enrojecía, sus fosas nasales se abrían, y su nariz—bueno, parecía ocupar más espacio. La palabra hebrea af (nariz) incluso está ligada al enojo en expresiones como “nariz ardiente” para describir la ira (piensa en Éxodo 15:8 o Salmo 18:8). Así que cuando Dios declara que es erech apaim—largo de nariz—es una expresión vívida que indica que Él es tardo para la ira. Sus fosas nasales no se abren rápidamente. No se enoja de inmediato. En lugar de eso, la paciencia de Dios se estira, larga, como una nariz que se rehúsa a inflarse de furia. Es una imagen hermosa, casi juguetona, de la contención divina, y está en el corazón del mensaje de Yom Kippur.
Piensa en el contexto de esta declaración. En Éxodo 34, Israel ha cometido un error serio. Han adorado un becerro de oro, rompiendo el pacto recién salido del estruendo del Sinaí (Éxodo 32). Moisés suplica misericordia, y Dios responde revelando Su carácter: misericordioso, piadoso, tardo para la ira y rebosante de amor constante. Esta afirmación no es una declaración teológica fría; es una cuerda salvavidas. La paciencia inquebrantable de Dios asegura que Él nunca abandona a Su pueblo, aun cuando lo merecen. En Yom Kippur, mientras confesamos nuestras fallas—personales y comunitarias—esta verdad se vuelve nuestro ancla. La misericordia de Dios supera nuestras faltas. Su paciencia es más larga que nuestra rebelión.
Esta frase, erech apaim, no es solo una curiosidad lingüística simpática. Es una ventana al corazón de Dios. A través de la Escritura, vemos esta “nariz larga” en acción. Cuando Israel murmura en el desierto, Dios provee maná en lugar de fuego (Números 11). Cuando David peca con Betsabé, Dios perdona, aún cuando disciplina (2 Samuel 12). Cuando Nínive se arrepiente en los días de Jonás, Dios se arrepiente del juicio (Jonás 3:10). Una y otra vez, la tardanza de Dios para la ira crea espacio para la redención. Y en Yom Kippur, mientras entonamos estas palabras, no estamos solo recitando historia—estamos reclamando esa misma misericordia para nosotros. Es un recordatorio de que la paciencia de Dios sigue actuando, invitándonos a volver, a ser hechos nuevos.
Pero vamos a entrar en la realidad por un momento. Esta idea de una “nariz larga” no es sólo acerca de Dios—es un desafío para nosotros. Si Dios es tardo para la ira, ¿qué hay de nosotros? ¿Qué tan rápido reaccionamos cuando alguien se nos atraviesa en el tráfico, traiciona nuestra confianza, o simplemente nos irrita? Yom Kippur no trata únicamente de recibir la misericordia de Dios; se trata de convertirnos en personas que la reflejan. Los sabios hebreos frecuentemente vinculaban los atributos de Dios en Éxodo 34 con el comportamiento humano, exhortándonos a “imitar a Dios” siendo misericordiosos, piadosos y, sí, largos de nariz (mira el Talmud, Shabbat 133b). Imagina si nuestras narices se alargaran un poco—si aprendiéramos a pausar, respirar y elegir la paciencia sobre la ira. Ese es el tipo de transformación al que Yom Kippur nos llama.
Ahora, hablemos del culto mismo. Imagina la escena: un centro comunitario lleno, voces elevándose en hebreo, algunas tropezando con las palabras, otras cantando con fluidez. La melodía de erech apaim se entreteje a través del servicio, conectándonos con siglos de oración judía y con el momento en que Dios habló estas palabras a Moisés. No es solo un canto; es una confesión de quién es Dios y quién estamos llamados a ser. Yom Kippur nos deja al descubierto—nuestros pecados, nuestra debilidad y nuestra necesidad de gracia—y esta declaración sobre el carácter de Dios se convierte en nuestra cuerda salvavidas. Lo cantamos no porque sea pegajoso, sino porque es verdad. La presencia perdurable de Dios provee esperanza, incluso ante nuestras deficiencias.
Para quienes no sabemos hebreo, este momento puede sentirse como un empujón. Aprender aunque sea un poco del idioma abre la Escritura de maneras que el español no puede. No necesitas ser un erudito—solo curioso. Empieza con una frase como erech apaim. Permite que fluya sin esfuerzo de tu boca. Siente su rareza, su poesía. Es un recordatorio de que la Biblia no fue escrita en nuestro idioma ni en nuestra cultura. Es un texto extranjero, y sumergirse en sus palabras originales es como entrar en un país nuevo, lleno de sorpresas y profundidad. Recursos como diccionarios hebreos e interlineales en línea pueden ayudarte a explorar, pero la clave real es la disposición a involucrarte.
Carga esta verdad contigo: la nariz de Dios es larga, y Su misericordia es aún más larga. Yom Kippur te recuerda que Su paciencia abre amplios espacios para tu perdón, tu renovación y tus segundas oportunidades. También te invita a estirar tu nariz—a permitir que la paciencia crezca en ti, a reflejar la gracia de Dios en un mundo que se inflama tan rápido en ira.
Aquí está mi oración por ti: Que sientas el peso completo de la inmensa misericordia de Dios este año. Que lo encuentres más íntimamente, dejando que Su carácter forme el tuyo. Que tu nariz—tu temperamento, tu corazón—crezca más larga mientras caminas con el Dios que es tardo para la ira y grande en amor.
A medida que las puertas de Yom Kippur se cierran y entras al nuevo año, sabe que tanto judío como cristiano se mantienen juntos bajo la misma verdad asombrosa: el Dios que se reveló como erech apaim en el Sinaí es el Padre que, en la plenitud del tiempo, envió a Su Hijo para hacer irreversible ese amor paciente. En la cruz, la paciencia divina no sólo esperó; actuó, agotando toda demanda de justicia para que la misericordia triunfara para siempre. El shofar ha sonado, el velo se ha rasgado, y la expiación está completa para todos.
Así que, ya sea que escuchaste la promesa en el hebreo del Éxodo o en el griego del Calvario, el canto es el mismo: Jehová, Jehová—misericordioso y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia—se ha acercado en el Mesías Jesús. Debido a que Su nariz es larga, tu futuro está eternamente seguro.