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Reading: La Santa Obstinación de Moisés.
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Oración

La Santa Obstinación de Moisés.

Explora cómo Moisés no estuvo de acuerdo con Dios, lo desafió ¡y vivió para contar la historia!

Esperanza Viveros
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En la Torah, la relación entre Dios y Su pueblo escogido, Israel, está marcada por momentos de profunda intimidad, osada intercesión y encuentros transformadores que moldean el vínculo pactal. Entre estos, la interacción entre Moisés y Dios en Éxodo 23 y 34 permanece como un vívido testimonio de la audacia de la fe y de la profundidad de la gracia divina. Cuando Dios declara que enviará un ángel para guiar a Israel en su jornada, advirtiendo que este mensajero no perdonará sus rebeliones (Éx. 23:21), Moisés responde con una petición atrevida: suplica a Dios que acompañe personalmente a Israel, rehusándose a continuar sin Su presencia directa (Éx. 33:15). Este osado desafío al plan inicial de Dios revela la profunda comprensión de Moisés acerca de la naturaleza de Israel y del carácter de Dios, culminando en un momento crucial donde Moisés, escondido en la hendidura de la peña, percibe la esencia misericordiosa y perdonadora de YHWH (Éx. 34:6-7). La súplica de Moisés—que Dios mismo acompañe a Israel precisamente porque son un pueblo de dura cerviz (Éx. 34:9)—subraya una convicción teológica: la propensión de Israel al pecado exige la presencia de un Dios perdonador y no la de un ángel que no perdona. Este argumento, arraigado en el papel intercesor de Moisés y reflejado en otros ejemplos bíblicos, ilumina por qué Moisés se arriesgó a desafiar a Dios y por qué consideró inadecuado el arreglo original, forjando finalmente una relación pactal definida por la misericordia divina y la dependencia humana.

La narración comienza en Éxodo 23, donde Dios expone Su plan de enviar un ángel para guiar a Israel a la Tierra Prometida. Este ángel, actuando como representante de Dios, está investido de autoridad, y se advierte con severidad a Israel: “Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión; porque mi nombre está en él” (Éx. 23:21). La función del ángel es asegurar el paso seguro de Israel, pero la advertencia es clara: la desobediencia será enfrentada con un juicio implacable. Este arreglo, aunque práctico, asume un nivel de obediencia que Israel, como los acontecimientos posteriores revelan, lucha por mantener. La incapacidad del ángel de perdonar rebeliones introduce una vulnerabilidad evidente, dada la tendencia recurrente de Israel hacia la rebeldía. Esto prepara el escenario para la audaz intervención de Moisés, quien percibe una incompatibilidad entre la naturaleza de Israel y el carácter inflexible del ángel.

La respuesta de Moisés a este plan divino no es una aceptación pasiva, sino un desafío valiente, arraigado en su papel como mediador de Israel. En Éxodo 33, después del pecado del becerro de oro, Dios inicialmente se distancia, declarando que enviará un ángel para guiar a Israel pero que Él mismo no irá en medio de ellos, no sea que Su presencia los consuma por ser un pueblo pecador (Éx. 33:2-3). Moisés, sin embargo, se rehúsa a conformarse con este arreglo. Suplica: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Éx. 33:15), insistiendo en que la presencia personal de Dios es esencial para la identidad de Israel como Su pueblo. Esta audacia es sorprendente: Moisés arriesga el desagrado divino al cuestionar el plan de Dios, y sin embargo, su petición surge de una convicción profunda acerca de las necesidades de Israel y del carácter de Dios. Entiende que un ángel, atado a una justicia estricta, no puede sobrellevar las fallas de un pueblo “de dura cerviz”, mientras que Dios mismo encarna la gracia necesaria para sostenerlos.

Esta convicción alcanza su clímax en Éxodo 34, cuando Moisés, envalentonado por su encuentro íntimo con Dios, articula el corazón de su súplica. Escondido en la hendidura de la peña, Moisés contempla las espaldas de Dios y escucha la proclamación de Sus atributos: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éx. 34:6-7). Esta revelación de la naturaleza fundamentalmente perdonadora de Dios galvaniza el argumento de Moisés. Declara: “Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad” (Éx. 34:9). Aquí, Moisés vincula ingeniosamente la pecaminosidad de Israel con la gracia de Dios, argumentando que su naturaleza rebelde exige la presencia personal de Dios. A diferencia del ángel, que no perdonará, YHWH tiene la capacidad de perdonar “la iniquidad, la rebelión y el pecado,” haciéndolo el compañero perfecto para un pueblo defectuoso. Esto no es un rechazo de la justicia de Dios, sino un llamado a Su misericordia, la cual Moisés percibe como el fundamento del pacto.

¿Por qué Moisés asumió tal riesgo? Su osadía refleja una profunda confianza en el carácter relacional de Dios, forjada a través de encuentros previos. Antes, en Éxodo 32, cuando Dios amenaza con destruir a Israel por adorar al becerro de oro, Moisés intercede, exhortando a Dios a volverse: “Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo” (Éx. 32:12). Incluso ofrece su propia vida, diciendo: “que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito” (Éx. 32:32). Esta disposición de ponerse en la brecha por Israel demuestra el papel sacerdotal de Moisés, semejante a la intercesión de Abraham por Sodoma (Gén. 18:16-33). Como Abraham, quien osadamente cuestionó la justicia de Dios mientras confiaba en Su misericordia, Moisés dialoga con Dios, confiado en que Su gracia puede prevalecer sobre el juicio. Este patrón de intercesión, enraizado en una intimidad relacional, envalentona a Moisés para desafiar el papel del ángel, convencido de que solo la presencia de Dios puede sostener el camino pactal de Israel.

El proceder de Moisés encuentra ecos en otras figuras bíblicas que de manera semejante se acercaron a Dios con osadía para asegurar misericordia para otros. La intercesión de Abraham por Sodoma ejemplifica esto, al rogar por la supervivencia de la ciudad si aún se hallaban diez justos, atreviéndose a cuestionar: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gén. 18:25). Su persistencia refleja confianza en una justicia de Dios templada con misericordia, semejante a la súplica de Moisés por la presencia de Dios. De igual forma, la lucha de Jacob con la figura divina en Génesis 32:24-30 revela una fe tenaz que se rehúsa a soltar hasta recibir bendición, ganando así el nombre Israel, que significa “el que lucha con Dios.” Esta lucha simboliza un compromiso relacional que busca transformación, paralelo a la insistencia de Moisés en la guía personal de Dios. En la tradición profética, la intercesión de Samuel por Israel durante la amenaza filistea (1 Sam. 7:9) y su compromiso de orar aun cuando el pueblo demandó rey (1 Sam. 12:23) reflejan el papel mediador de Moisés, enfatizando la función sacerdotal de abogar por un pueblo descarriado.

¿Por qué consideraba Moisés que la guía del ángel no era suficiente? La respuesta yace en el carácter de Israel como un pueblo de “dura cerviz,” término que el mismo Dios usa para describir su terquedad (Éx. 32:9). El incidente del becerro de oro, ocurrido poco antes de la súplica de Moisés, expone la propensión de Israel a la rebelión, pues rápidamente recurrieron a la idolatría a pesar de haber presenciado los milagros de Dios. Un ángel, atado al mandato de imponer obediencia sin perdón, probablemente respondería a tales transgresiones con juicio, poniendo en riesgo el destino pactal de Israel. Moisés reconoce que la supervivencia de Israel depende de un compañero divino que pueda tanto guiar como perdonar. La revelación de los atributos de Dios en Éxodo 34 confirma esto: la misericordia, paciencia y perdón de YHWH son cualidades únicas para un pueblo propenso al fracaso. Según Moisés, la pecaminosidad de Israel y la gracia de Dios forman un “ajuste perfecto,” garantizando la permanencia del pacto a través de la paciencia divina más que por la rigidez angélica.

Esta visión teológica se alinea con el llamamiento más amplio de Israel como un “reino de sacerdotes” (Éx. 19:6), un papel que requiere mediar la presencia de Dios a las naciones. Un ángel que no perdona no podría modelar la gracia central a esta misión, mientras que la presencia de Dios en medio de un pueblo defectuoso demuestra Su poder redentor. La súplica de Moisés asegura así no solo la supervivencia de Israel, sino también su propósito, pues el perdón de Dios se convierte en testimonio de Su carácter. Esta dinámica se refleja posteriormente en la esperanza profética de Isaías, quien visualiza a Israel como “luz de las naciones” (Is. 42:6), un papel sostenido por la presencia misericordiosa de Dios.

En conclusión, la audaz petición de Moisés de la presencia personal de Dios por encima de la guía de un ángel refleja su profundo entendimiento de la pecaminosidad de Israel y de la gracia de Dios. Arriesgando el desagrado divino, intercede como mediador sacerdotal, confiando en que la naturaleza perdonadora de YHWH es esencial para un pueblo de dura cerviz. Este proceder, reflejado en Abraham, Jacob y Samuel, subraya una fe que se relaciona con Dios de manera íntima, buscando misericordia en medio del juicio. Al asegurar la presencia de Dios, Moisés garantiza que la jornada pactal de Israel esté marcada por el perdón divino, cumpliendo así su llamado como un pueblo a través del cual la gracia de Dios brille al mundo. Este sagrado entrelazamiento de fragilidad humana y misericordia divina define el corazón del pacto, un legado forjado en la hendidura de la peña.

Se cuenta una historia acerca de un rabino, cuyo corazón lleno de amor por su pueblo Israel, levantó su voz a Dios en oración:

“HaShem (Señor), ¡bendito sea Tu santo nombre! Tú eres justo y puro, mientras que nosotros, Tu pueblo, tropezamos en nuestra injusticia y pecado. Y sin embargo, Tu gracia es ilimitada, Tu perdón infinito. Así que vengo delante de Ti con una humilde propuesta, un trato, si se me permite tanta osadía.

¡Permítenos ofrecerte todos nuestros pecados—cada uno de ellos! A cambio, derrama Tu gracia y Tu perdón sobre nosotros. ¿Qué dices, HaShem?

Pero si titubeas, si consideras injusto este intercambio, ¡escúchame! Yo diría: ‘Oh HaShem, si no tuviéramos pecados, ¿qué harías con todo ese perdón?’”

Cita poderosa

La Biblia no necesita ser reescrita, pero sí necesita ser releída.

James H. Charlesworth
INVITACIÓN PARA UNA ENTREVISTA
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